Como es bien sabido, en la actual Ciudad de México, antes de la llegada de los españoles a América, se encontraba asentada la poderosa ciudad México-Tenochtitlan, del Imperio mexica. Su fuerza militar había logrado posicionarla como una de las ciudades más importantes en el continente americano. Sin embargo, el resto de los pueblos originarios, que estaban siendo subyugados por dicho imperio, se rebelaba y peleaba por su libertad, como es el caso de los señoríos de Tlaxcala.
Es por eso que se cree que, desde la llegada de Hernán Cortés a tierras mexicanas, en 1519, los tlaxcaltecas aceptaron ser sus aliados; no obstante, este proceso fue más complejo de lo que la leyenda relata. En primera instancia, fueron los totonacos de Cempoala quienes alentaron a los españoles a ir a Tlaxcala; y para esa misión, les otorgaron un grupo de apoyo, para que les ayudara a cargar sus pertenencias, como lanzas, escopetas, ballestas, entre otras cosas. Incluso, no fueron los únicos que apoyaron a los hispanos en su camino, otros pueblos, también, mandaron a su gente como auxiliares.
Fue así que Cortés contaba con un número considerable de aliados indígenas mucho antes de llegar a Tlaxcala. Por eso, previo a su llegada, envió a unos mensajeros totonacos, para saber cómo serían recibidos por los tlaxcaltecas. La avanzada les informaba a los españoles que Tlaxcala estaba en armas y lista para enfrentarlos; aunque, en realidad, lo que vieron los totonacos fue a un grupo de otomíes que servían como defensa para la entrada contra los mexicas, con los que constantemente se encontraban a la defensiva.
Sin ese conocimiento, los españoles creyeron que se enfrentaban contra los tlaxcaltecas, por lo que terminaron peleando contra este grupo, en Tecóac, el 2 de septiembre de 1519. Al terminar esa batalla, tuvieron un nuevo encuentro bélico, pero esa vez sí fue directamente contra las fuerzas militares de Tlaxcala, el 5 o 6 de septiembre de ese año. Cortés tenía a sus tropas y las organizó de manera táctica para aminorar los daños. Sin embargo, del lado tlaxcalteca, había cuatrocientos guerreros listos para defender su ciudad.
Las tropas indígenas estuvieron muy cerca de ser los vencedores, pues, en varias ocasiones, casi lograron romper las formaciones españolas. Si no se llevaron la victoria, fue porque dentro de los mandos tlaxcaltecas existían discordias, lo que se tradujo como una desorganización entre sus elementos y un nulo apoyo entre ellos, ya que algunas tropas de Tlaxcala se rehusaban a combatir. Finalmente, la batalla terminó cuando un mando principal tlaxcalteca fue abatido, pues las tropas indígenas se desanimaron y dieron por concluido el enfrentamiento.
A pesar de que fueron los tlaxcaltecas los que se retiraron de la batalla, las bajas hispanas y los heridos eran un número considerable; tan sólo, en la infantería, se contaban sesenta caídos, lo cual tenía preocupados a los españoles. Por eso, al notar que las escaramuzas no se detenían, Cortés pensó que lo mejor que podía hacer en esa situación era enviar nuevas embajadas de paz a Tlaxcala. Fueron estas misiones las que lograron entablar una relación de alianza con los tlaxcaltecas, la cual duraría lo suficiente para realizar diferentes campañas de Hernán Cortés y España.
Para los tlaxcaltecas, unir fuerzas con los hispanos significaba una oportunidad para dejar de ser subyugados por los mexicas. Es por eso que les beneficiaba pelear junto con Cortés, para conquistar la ciudad más importante de Centroamérica y, así, obtener su libertad. Sin duda, fue su experiencia en la guerra y su audacia en el campo de batalla lo que inclinó la balanza a favor de los españoles.
La batalla por la recuperación de Filipinas
Por otro lado, la Corona española no sólo mandó exploradores a México, sino, también, a otras regiones, con la intención de que su reino se extendiera. En el caso de Filipinas, su colonización comenzó en 1565, con la llegada de Miguel López de Legazpi y la fundación de la ciudad de Cebú.
Al igual que en tierras americanas, los españoles encontraron en Filipinas una gran cantidad de culturas y etnias, y los grupos indígenas que vivían ahí pusieron resistencia a la invasión española. Sin embargo, en 1571, los conquistadores fundaron la ciudad de Manila, la cual funcionó como el centro de la colonia española, en Filipinas.
Durante la colonización española, ocurrió una poco conocida batalla, que tuvo lugar en Cagayán, donde se enfrentaron guerreros de Japón, China y Corea contra los de Tlaxcala. En 1582, a la Corona española le llegó una información aterradora: los piratas conocidos como wakos tenían el objetivo de saquear las islas de Filipinas e, incluso, buscar la manera de tomar el control de ellas.
La noticia generó gran impacto, porque los wakos tenían fama de ser un grupo de japoneses, chinos y coreanos, donde la mayoría eran samuráis de dos clasificaciones: ronin, samuráis sin señor, y ashigaru, integrantes de clanes inferiores de samuráis. Es por eso que el español Juan Pablo de Carrión, quien sólo contaba con un ejército de, aproximadamente, 500 hombres, pidió ayuda al rey Felipe II. La solución fue mandar a una flota de siete embarcaciones de guerra, y en una de ellas, venían a bordo los guerreros tlaxcaltecas, quienes, para ese tiempo, ya eran aliados de los españoles. Sin embargo, los barcos samuráis habían llegado antes, lo que significaba que tenían una considerable ventaja. Para cuando los españoles y tlaxcaltecas llegaron, la costa de Filipinas ya había sido saqueada.
Cuando las naves de la Corona española llegaron a la zona invadida, empezaron a disparar sus cañones contra los barcos de los wakos. Pero ellos, además de responder ágilmente a la agresión, empezaron a abordar las embarcaciones de sus adversarios; parecía que la derrota de los españoles estaba cerca.
Fue entonces cuando los guerreros tlaxcaltecas entraron a la batalla. Los mexicanos pelearon contra los samuráis, cuerpo a cuerpo, en las costas, y consiguieron, en los primeros días, que el ejército de los wakos perdiera a más de 200 personas. A pesar de eso, los piratas seguían sin rendirse. A los españoles y tlaxcaltecas se les ocurrió un nuevo plan de batalla y decidieron desembarcar en el recodo de un río; ahí, cavaron una trinchera, donde instalaron los cañones que traían consigo, y por ese movimiento, obtuvieron la ventaja.
Al final, Tay Fusa, el líder de los piratas chinos, coreanos y japoneses, trató de negociar para llegar a un acuerdo de compensación por sus pérdidas en combate, pero Carrión le ordenó que saliera de Filipinas. Al no conseguir nada en estas negociaciones, los wakos decidieron atacar una vez más. Su nueva estrategia fue arrancar las picas de los españoles, sin embargo, no pudieron superar las defensas.
Ante este nuevo panorama, como los hispanos esperaban un nuevo ataque, mandaron a que se embadurnaran con sebo las picas, de modo que si los samuráis quisieran tomarlas, sus manos resbalarían, impidiendo que se las pudieran llevar. Después de este ataque, se realizó otro, el cual sería el último. Ambos bandos tenían casi agotada la pólvora, así que optaron por luchar cuerpo a cuerpo.
Rápidamente, el ejército de Tay Fusa empezó a tener un gran número de bajas. Fue ahí cuando se dio cuenta de que sería imposible ganarles a los tlaxcaltecas, quienes se habían ganado la fama de ser un grupo muy aguerrido. Los samuráis comenzaron a huir, pero los españoles salieron a su persecución, lo que generó aún más bajas para los piratas.
Gracias a ese enfrentamiento, los españoles y tlaxcaltecas se hicieron de las armas japonesas que habían quedado sobre el campo de batalla. Las katanas, arcos, flechas y armaduras fueron sus trofeos y señal de que habían sido los vencedores.
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