La mañana del 2 de marzo de 1978, la policía del cantón de Vaud, en Suiza, se encontró con que el cuerpo de Charles Chaplin había sido sustraído de su tumba, ubicada en el cementerio de Corsier-sur-Vevey, a tan sólo seis días de haber sido sepultado. El robo se había ejecutado por la madrugada, y alrededor de éste, surgieron varias teorías acerca del posible móvil, como que los responsables eran antisemitas que se oponían a que sus restos yacieran en un camposanto anglicano (se presumía que el comediante era judío); o nazis, ofendidos por la parodia que el actor había hecho de Hitler, en El gran dictador; entre otras. Pero la realidad no fue tan espectacular e, incluso, caía en lo cómico. Los ladrones fueron dos mecánicos, quienes, durante 10 semanas, llamaron a la familia Chaplin, para exigir un rescate, cuyo monto fueron reduciendo ante las negativas de su viuda, Oona, quien, al final, como parte de una estrategia, aceptó pagar cien mil dólares, del casi medio millón de euros iniciales. Luego de un primer operativo, en el que el cartero del vecindario resultó erróneamente detenido, en mayo de ese año, se dio con los criminales. Confesaron que pasaban por una situación económica difícil, lo que les motivó a buscar dinero rápido y fácil, sin usar la violencia; la idea del hurto del cadáver les llegó gracias a que leyeron una noticia que hablaba de un suceso similar ocurrido en Italia.
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