El alto consumo de este tipo de productos comestibles conduce a problemas cardiometabólicos
La ingesta de alimentos ultraprocesados ha ido en aumento en la población de todo el mundo, especialmente en Occidente y en América Latina, al mismo tiempo en que ha incrementado la prevalencia de afectaciones cardiovasculares y metabólicas, como la hipertensión arterial, la obesidad, la diabetes, el síndrome metabólico, las dislipidemias, la enfermedad coronaria y la enfermedad cerebrovascular, siendo las dos últimas las principales causas de muerte a nivel global.
Antes de continuar, es necesario entender las diferencias entre los alimentos procesados (que tampoco son del todo recomendables) y los ultraprocesados. Los primeros, de acuerdo con la Secretaría de Salud, son aquellos que fueron modificados respecto a su estado natural, mediante procesos de conservación, cocción o fermentación, como los panes, quesos, conservas vegetales, entre otros. Por su parte, los ultraprocesados son formulaciones a base de sustancias extraídas o derivadas de alimentos, las cuales contienen aditivos que dan color, sabor y textura, para lograr imitar al alimento original. Por ello, su valor nutricional es deficiente, pues contienen niveles altos de azúcar, grasas y sodio, y son bajos en proteínas, fibra, minerales y vitaminas. Algunos ejemplos son: los refrescos, jugos, leches saborizadas, galletas y bollería, aderezos, papas fritas, snacks salados y dulces, helados, chocolates y caramelos, cereales azucarados, barras energéticas, mermeladas, margarinas.
Diversos estudios a lo largo de las últimas décadas han confirmado que estos alimentos se relacionan con un mayor riesgo de padecer las enfermedades antes mencionadas, además de algunos tipos de Cáncer, como el colorrectal, y conducir a la muerte prematura.
En uno de esos estudios, se evaluaron los hábitos alimenticios de 3 mil tres adultos de un promedio de edad de 53 años, a quienes se les dio seguimiento desde 1991 hasta 2014, para obtener datos relativos a la incidencia de enfermedad cardiovascular, y hasta 2017, para verificar la mortalidad. Durante ese tiempo, se observó que las personas con mayor ingesta de alimentos ultraprocesados tuvieron tasas más altas de incidencia de enfermedad cardiovascular, en comparación con las que los consumían en menor cantidad; lo mismo para la obesidad y la diabetes. El promedio de consumo de tales comestibles era de 7.5 raciones diarias, y cada porción adicional se asoció a un incremento del 7 % en el riesgo de enfermedad cardiovascular severa, 9 % en enfermedad coronaria severa, 5 % en enfermedad cardiovascular general, y 9 % en muerte por causa cardiovascular.
Por su parte, en otra investigación –el Estudio SUN, del Instituto de Salud Carlos III, en España, que se realizó de 1999 a 2014–, concluyó que cuatro porciones diarias de alimentos ultraprocesados representan un aumento del 62 % en el riesgo de mortalidad; y por cada ración adicional, éste se incrementa en un 8 %.
El Estudio NutriNet-Santé demostró que un aumento absoluto del 10 % en la proporción de alimentos ultraprocesados en la dieta diaria se asoció a un incremento del 12 % en enfermedades cardiovasculares generales, del 13 % en coronarias, y del 11 % en cerebrovasculares.
Otro trabajo más evaluó las dietas de más de 22 mil adultos italianos, descubriendo que existía un 32 % más de riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular y un 19 % más de muerte por cualquier causa en quienes tenían una ingesta mayor de alimentos ultraprocesados.
Estas investigaciones coinciden con los resultados de otras tantas acerca del riesgo cardiovascular que generan los alimentos ultraprocesados. La conclusión general de los investigadores, así como de profesionales de la salud, señala que las autoridades de salud de cada país deben regular la producción de estos comestibles y promover la moderación o abandono de su consumo, concientizando a la población sobre los daños que causan e incentivándola a adoptar hábitos alimenticios saludables.
Esta información es, quizá, la llamada de atención que todos necesitamos para evaluar nuestro estilo regular de alimentación, identificar y eliminar aquellos comestibles que nos hacen daño y comenzar a comer más saludable, en beneficio de nuestra propia salud.
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