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Los dioses y sus tesoros (Segunda parte)




En la edición pasada, le presentamos la primera parte de esta historia, en la que Loki, luego de cortar la hermosa cabellera dorada de Sif, esposa de Thor, debe reponérsela de algún modo. Para ello, desciende hasta el Svartalfheim, hogar de los enanos, para solicitarles a los hijos de Ivaldi, la elaboración de una peluca de oro. Con tal de conseguir que éstos aceptaran, con engaños, organizó una competencia, en la que éstos se enfrentarían con los hermanos Brokk y Eitri. Quienes realizaran el mejor tesoro para los dioses serían los ganadores; sin embargo, Brokk, para asegurarse de que no se tratara de una de las clásicas trampas de Loki, le hizo jurar que, si él y su hermano ganaban, el dios debía darles su cabeza...


Ahora, era el momento de los enanos, para presentar sus creaciones a los dioses. En una corte, en Asgard, estaban Odín, el padre de todos; Frey, dios de las cosechas estivales; y Thor, dios del trueno. De pie, frente a ellos, estaban Loki, los tres hijos de Ivaldi y Brokk, quien había acudido solo, ya que su hermano, Eitri, había decido quedarse en su taller, haciendo más inventos.


Loki tomó la palabra y les comentó a sus pares que los enanos habían fabricado regalos muy valiosos para ellos, para que juzgaran cuál de todos era el mejor. Acto seguido, comenzó a mostrarles las piezas hechas por los tres hijos de Ivaldi. Primero, sacó una majestuosa lanza, con runas grabadas, llamada Gungnir. Explicó que era capaz de atravesar cualquier material y que, al ser arrojada, siempre caería sobre el objetivo; además, todo juramento que se pronunciara sobre ella sería inquebrantable. El arma podría serle de mucha utilidad a Odín, ya que, al tener un solo ojo, su puntería no era muy buena. El padre de todos la observó detenidamente por algunos segundos y, después, sólo se limitó a decir “está muy bien”.


El segundo tesoro que Loki mostró fue una larga y sedosa cabellera rubia, hecha con 10 mil finos hilos de oro puro. Se ajustaba perfectamente al cuero cabelludo de quien la usara y se comportaba y crecía como si se tratara de pelo real. Thor, quien era el más interesado en dicha creación, se levantó de su asiento, decidido a probarla. Así que llamó a Sif, quien observaba, sentada, desde un punto de la sala. Sif se quitó el pañuelo que cubría su rosada calva e, inmediatamente, se puso la peluca dorada; luego, sacudió la cabeza de un lado a otro, para que ésta asentara. Todos los presentes fueron testigos de cómo la cabellera se adhirió a su piel, luciendo brillosa y radiante.


Thor quedó muy impresionado con el trabajo, mientras que Sif, sin decir más, salió de la sala, más que contenta, acariciando y agitando su melena, para presumirla.


El último regalo elaborado por los hijos de Ivaldi era una pequeña tela doblada en cuatro partes. Loki la mostró y la colocó a los pies de Frey, quien la vio con indiferencia y cierto desprecio. No obstante, Loki le explicó que no se trataba de un simple pañuelo, pues, al desplegarse, surgiría el Skidbladnir, un enorme barco, que siempre llegaría a salvo a cualquiera que fuera su destino y que era capaz de hacerse pequeño dentro de la tela, para llevarlo en el bolsillo. Frey quedó maravillado, y Loki, por un momento, se sintió aliviado; los tres regalos habían encantado a los dioses, eran útiles y, además, la peluca de oro había dejado satisfecho a Thor.


Era el turno de Brokk, para presentar sus creaciones. Se acercó a los dioses, con los ojos claramente rojos e hinchados, y en su cuello, se notaba un enorme piquete de insecto. Sacó de su costal el primer regalo y se lo entregó a Odín. Era el brazalete de oro, de nombre Draupnir, el cual, cada nueve noches, se multiplicaría en ocho ejemplares idénticos. Brokk le dijo a Odín que se acumularían tantos que podría regalarlos como recompensa a los hombres o para acrecentar su riqueza. El dios lo examinó detenidamente y se lo colocó a la altura de los bíceps, para que luciera mejor; sin más, sólo pronunció las mismas palabras que cuando recibió la lanza de los hijos de Ivaldi: “muy bien”.


Luego, Brokk sacó el obsequio para Frey, que era el jabalí de piel de oro, llamado Gullinbursti. Le dijo que era tan fuerte para tirar de su carruaje y hábil para correr por cielo, mar y tierra, a mayor velocidad que el corcel más rápido de todos los reinos, sin cansarse. Además, su dorado pelaje servía como una luminaria para alumbrar el más oscuro de los caminos. Aunque Frey quedó fascinado con tal pieza, Loki, por su parte, pensó que el barco era igual o más apantallante; así que se mantuvo tranquilo, pues confiaba en que había logrado sabotear la última creación de Brokk.


El enano, entonces, sacó un martillo y se lo dio a Thor.


–El mango está un poco corto –replicó el dios del trueno.

–Sí, ha sido mi culpa –se excusó Brokk–. Yo era el encargado de accionar el fuelle durante su fabricación en el horno, pero fallé. Sin embargo, le explicaré por qué, a pesar de ese defecto, el Mjollnir (‘fabricante de relámpagos’) es único. Primero, es irrompible, aunque lo azote con todas sus fuerzas, no se dañará; y al igual que la lanza de Odín, siempre acertará en el blanco.


Luego de esta explicación, Thor pasó de la indiferencia al interés. En tanto, Brokk continuó mencionando las maravillas del martillo. “No importa qué tan lejos lo aviente, siempre regresará a sus manos. Por si fuera poco, puede modificar su tamaño, haciéndolo tan grande o tan pequeño como desee, según sus necesidades y para transportarlo u ocultarlo con facilidad”, dijo el enano.


Thor no era una persona que sonreía a menudo, sin embargo, en su rostro se había dibujado una gran sonrisa, sus ojos brillaban y comenzó a aplaudir tan fuerte que causó una sinfonía de truenos, que se escuchó por todo Asgard.


Brokk cerró su presentación, volviéndose a disculpar por el defecto del mango, pero eso parecía no importarle más a Thor, quien afirmó que se trataba de un detalle menor y meramente estético, sin importancia, comparado con todas las maravillas que poseía. Estaba seguro de que dicho artefacto los protegería contra los gigantes de hielo, por lo que se atrevió a decir que era el mejor regalo que alguien le había hecho en toda su vida. Incluso, Frey y Odín halagaron el tesoro, reconociendo que estaba por encima de los demás.


Loki escuchaba tales palabras, con un sentimiento de fastidio, furia y preocupación. Parecía que la decisión acerca de cuál había sido el mejor obsequio estaba tomada por unanimidad. Frey, Odín y Thor felicitaron a Brokk y a su hermano por lograr tal hazaña. El enano miró a Loki, con unos ojos que expresaban más que cualquier palabra, haciéndole saber que debía entregarle su cabeza y que había fallado en su sabotaje. Loki intentó huir, pero Thor lo trajo de vuelta, haciendo uso de su martillo nuevo.


Brokk estaba a punto de cortarle el cuello a Loki, cuando, como último recurso, el dios apeló, diciendo que, si lo cortaba, estaría violando las cláusulas del acuerdo, pues éste concedía el derecho al enano de tomar únicamente su cabeza, mas no otra parte del cuerpo. Odín le dio la razón a Loki, por lo que le dijo a Brokk que tenía que idear otra forma de cortarle sólo la cabeza. Lastimosamente, ninguno de sus intentos fue válido o exitoso, ya que Loki se había preparado muy bien para salir bien librado en caso de perder y, ahora, sonreía burlesca y cínicamente.


Sin tener más alternativa, y como consolación, antes de marcharse, Brokk cosió la boca de Loki, con un hilo de cuero muy resistente, para que no pudiera hablar por un buen rato.


A pesar del embuste de Loki, los tres dioses no podían estar furiosos con él, pues, después de todo, gracias a él, habían recibido obsequios verdaderamente valiosos, entre ellos, el famosísimo y poderoso martillo de Thor.





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