Debido al estado de emergencia sanitaria que se vive actualmente en el mundo, nos hemos tenido que someter a una cuarentena que se ha extendido más de lo previsto; esto nos deja muchísimo tiempo libre que podemos aprovechar en algo productivo y, así, convertir la crisis en una oportunidad, justo como lo hizo Isaac Newton (1643-1727) en el siglo XVII, cuando, durante un confinamiento motivado por una epidemia, formuló varias de sus teorías y leyes que revolucionaron la ciencia moderna.
Entre los años 1665 y 1666, surgió en Londres un brote de peste bubónica, que obligó a toda la población a recluirse para evitar contagios. En ese entonces, Newton era sólo un joven de 23 años, que cursaba sus estudios en la Universidad de Cambridge, pero cuando ésta cerró, se resguardó en su casa de Whoolsthorpe (a cien kilómetros de la escuela y a 170 de Londres), donde siguió preparándose de manera autodidacta.
Es bastante conocida y popular aquella historia sobre cómo Newton empezó a investigar acerca de la fuerza de gravedad de la Tierra, a partir de que una manzana, al desprenderse de un árbol, cayó sobre su cabeza. Pese a que muchos historiadores ponen en duda la veracidad de esa anécdota, sí coinciden en que dichos análisis y deducciones los realizó, precisamente, durante este período de cuarentena, dando origen a la Ley de Gravitación Universal. No obstante, lo que aún es una incógnita es si el supuesto hecho de la manzana ocurrió en uno de los días de su confinamiento o si sólo lo rememoró.
Como haya sido, el evento le llevó a comparar el fruto con la Luna, y a cuestionarse por qué el primero caía, mientras que el astro permanecía en su sitio. Ante esto, Newton relató en sus escritos: “Comparé la fuerza necesaria para mantener a la Luna en su órbita con la fuerza de gravedad en la superficie de la Tierra, encontrando que eran bellamente iguales”. Entonces, en esos momentos de soledad y distanciamiento, concluyó que la fuerza de atracción que hacía que la manzana cayera no se limitaba a cierta distancia, sino que tenía alcance hasta la Luna, de manera que ésta también caía, sólo que de forma diferente; y es que la acción de girar sobre la Tierra es una forma de caer. Asimismo, es esta fuerza la que nos mantiene unidos a la superficie terrestre. Ahí, formuló también la ecuación que demostraba su razonamiento.
Aunque se trataba de un descubrimiento mayúsculo, que comprobaba las leyes de Kepler (1572-1630) sobre el movimiento de los planetas, las teorías de Galileo Galilei (1564-1642) sobre la caída libre, y explicaba el origen de las mareas, Newton publicó la Ley de Gravitación Universal hasta 1687, la cual establece que todos los objetos se atraen unos a otros, con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas, pero inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa.
Pero eso no fue únicamente en lo que el físico se enfocó durante su confinamiento, se dice que también profundizó en el conocimiento sobre la óptica. Para esto, en su habitación totalmente a oscuras, hizo unas pequeñas perforaciones en las persianas de su ventana, y frente a éstas, a una distancia considerable, colocó unos prismas triangulares de vidrio, que le permitieron estudiar el comportamiento de los rayos de luz que entraban por los orificios y se impactaban contra ellos. Así, se dio cuenta de que los colores no eran modificaciones de luz blanca, sino que ésta comprende todos los colores del espectro, los cuales se hacen visibles al refractarse a un ángulo específico.
De igual forma, Newton aprovechó esos momentos de ocio para retomar los estudios en matemáticas de René Descartes (1596-1650) y Pierre de Fermat (1601-1665), y poder establecer los principios del cálculo diferencial e integral. Debido a que los hallazgos de estos aportes científicos se dieron en 1666, a este año se le conoce como el annus mirabilis (año de las maravillas).
Otros confinamientos, otros aportes
William Shakespeare (1564-1616), considerado el escritor más importante de la literatura inglesa y uno de los más célebres de la universal, también concibió algunas de sus obras durante una cuarentena. A decir verdad, el Bardo, como también se le conoce, vivió siempre bajo el acecho de la peste, pues nació en medio de un brote que azotó Inglaterra en el siglo XVI.
Pero fue a raíz de la epidemia que se dio entre 1592 y 1594, que Shakespeare aprovechó el aislamiento para inspirarse y escribir Venus y Adonis, que relata cómo la diosa se entrega al joven; La violación de Lucrecia, cuya trama son los actos que emprende el marido de una mujer para vengarla de su agresor; y Sonetos, conjunto de 154 poemas que hablan del amor, la política y la belleza.
Pero el brote de 1603 a 1613, calificado como el más grave del siglo XVII y también el más memorable, dio oportunidad al dramaturgo para crear Medida por medida, una comedia que aborda el tema de la corrupción ciudadana; y El rey Lear, que cuenta la historia de cómo el monarca es saboteado por dos de sus hijas. De hecho, en este texto, el autor incluye referencias a la enfermedad, pues el rey maldice a una de sus hijas y a su yerno, deseándoles “venganza, peste, muerte y confusión”, y se refiere a ellos como “tumores pestíferos”.
Antonio y Cleopatra es otra de las obras de este período, así como Macbeth, cuyo argumento se centra en los asesinatos que éste comete para convertirse en rey. Pero, quizá, el personaje con el que más nos identificamos en estos tiempos es Lady Macbeth, quien constantemente se lava las manos, no para evitar contagiarse de algún virus, sino porque piensa que de esta manera podrá redimirse de sus pecados.
Otro caso fue el de Mary Shelley (1797-1851) y Lord Byron (1788-1824), junto con otros de sus colegas, quienes, en 1816, durante la temporada estival, se confinaron en la mansión Villa Diodati, en Suiza, debido las malas condiciones del clima; por esta razón, se le conoce como “el año sin verano”. A esta crisis podemos agradecer la existencia de obras clásicas del terror, como Frankenstein, de Mary Shelley, y El Vampiro, de John William Polidori, la cual sirvió de inspiración para el posterior desarrollo de otra gran novela, Drácula, de Bram Stoker.
Por su parte, Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) estuvo en cuarentena entre 1863 y 1864 a causa de una extraña enfermedad, tiempo que destinó para escribir Desde mi celda, la cual incluye los testimonios de sus días de soledad, a la espera de que su salud mejorara.
Finalmente, el aislamiento al que tuvo que someterse el escritor y poeta italiano renacentista Giovanni Boccaccio (1313-1375), por la pandemia de peste negra que se extendió por toda Europa desde 1348, le sirvió para reflexionar sobre el encierro, inspirándole a escribir El Decamerón, una antología, también básica de la literatura universal, que comprende cien relatos de diversos temas, narrados por siete mujeres y tres hombres. La intención de Boccaccio era realizar una crítica irreverente sobre la situación de las mujeres de la época, quienes permanecían en eterno confinamiento, a capricho de las normas sociales.
Es importante mencionar que, si bien las siguientes obras no fueron escritas en períodos de cuarentena, sus argumentos giran en torno a epidemias y confinamientos: La muerte en Venecia, de Thomas Mann; Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago; Desde el jardín, de Jerzy Kosinsky; y El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, por mencionar algunos.
Como dato adicional, existe una novela, titulada Los ojos de la oscuridad, del escritor estadounidense Dean Koontz, publicada en 1981, la cual, debido a la situación que estamos viviendo, se considera la obra profética más acertada de todos los tiempos. Y es que el autor situó la historia en el entonces lejano 2020 y trata sobre una pandemia causada por un virus, casualmente llamado Wuhan-400, creado en un laboratorio de China. El nombre del patógeno ficticio coincide con el lugar donde surgió el nuevo coronavirus que se ha extendido por todo el mundo a lo largo de este año.
Dicen que después de esta crisis, el mundo ya no será el mismo; y es cierto. Al término de la cuarentena, usted ya habrá aprendido a realizar alguna actividad nueva, habrá tomado un curso, habrá leído más libros, nos habremos hecho más sensibles y humanos, y se habrá avanzado en la investigación médica, descubriendo tal vez la cura y la vacuna contra el Covid-19… Y pensar que todo surgió por una epidemia.
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