Debido a los cánones literarios en torno a esta criatura de terror, impuestos, en parte, a raíz de la novela de Bram Stoker, Drácula, relacionamos a los vampiros con una sombría Transilvania, en Rumanía. Aunque la obra se publicó en 1897, desde principios de ese siglo, en México, ya se hablaba de estos seres y uno de ellos acechaba a la población de Guadalajara, Jalisco, cuya historia ahora es una de las leyendas más populares de la ciudad.
El miedo se respiraba en el ambiente, la gente estaba aterrorizada y evitaba salir de noche y a solas. Hacía varias semanas que, por las mañanas, se encontraban cadáveres humanos, con características idénticas de tortura: dos incisiones circulares en el cuello y completamente faltos de sangre. La ola de acontecimientos inició de forma banal, primero, con el hallazgo de perros y gatos en las mismas condiciones, lo que, sin duda, generó confusión e incertidumbre sobre las causas de tales decesos, pero luego el pánico se apoderó del pueblo cuando las víctimas comenzaron a ser personas y los casos aumentaban cada día.
Al principio, las autoridades locales pensaron que el responsable era un animal desconocido, pero, a juzgar por los rastros en los cuerpos, luego concluyeron que el criminal era un vampiro. Entonces, convocaron a la población, para formar brigadas de búsqueda y cazarlo. Se mantuvieron en guardia durante un par de días hasta que, una noche, escucharon un grito estridente, que provenía de una casa cercana. Los centinelas acudieron de inmediato y en la escena encontraron a Don Jorge, atacando a una mujer. Se trataba de un migrante inglés, que había arribado a la localidad días antes de la aparición del primer cadáver. Desde su llegada, había causado antipatía en la gente por su actitud misteriosa; y es que tenía hábitos muy extraños: no socializaba con nadie, siempre vestía de negro y solía dar largas caminatas por las calles a altas horas de la noche. Además, poseía una cuantiosa fortuna, con la que había comprado una hacienda.
Al verse descubierto, el hombre, o mejor dicho, el vampiro, intentó huir del lugar, pero fue capturado por la muchedumbre. Un sacerdote se ofreció a hacerle un exorcismo, pero una santera comentó que la única forma de terminar con él era clavándole una estaca en el corazón, hecha a partir de una rama de un árbol camichín.
Así lo hicieron y, una vez muerto el vampiro, lo enterraron en el Panteón de Belén. Puesto que se trataba de un ser sobrenatural, temían que pudiera escapar de la tumba, por lo que, después de cubrirla con tierra, le colocaron una losa gruesa y pesada, para que le bloqueara la salida.
Al paso de los años, la losa se fue quebrando y, a través de ella, emergieron unas raíces, que fueron envolviendo poco a poco el sepulcro de Don Jorge hasta cubrirlo por completo y dar paso a un fuerte y frondoso árbol camichín. Conforme esto ocurría, los habitantes del pueblo decidieron dejarlo crecer debido a que temían que, si lo cortaban, se fuera a desatar un mal mucho peor.
Con más de 200 años de vida, 15 metros de altura y condición fitosanitaria catalogada como sana, el llamado “árbol del vampiro” aún permanece en el Panteón de Belén y genera tanta atracción como miedo y respeto, sobretodo para los que conocen y se toman muy en serio la leyenda, pues se dice que, cuando el árbol caiga, Don Jorge regresará para cobrar venganza y aterrorizará de nuevo y más sanguinariamente a los pobladores de Guadalajara.
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