Explorar el espacio exterior, develar todos los misterios que esconde y determinar la influencia que tiene en nuestra vida son cuestiones que han inquietado a la humanidad casi desde el inicio de los tiempos. Las primeras civilizaciones fueron grandes astrónomas que intentaron explicar ciertos fenómenos del universo, primero de una forma mitológica y luego científica; a pesar de no saber exactamente de lo que se trataba, construyeron un conocimiento basado en las constelaciones, el Sol y la Luna.
En este contexto, por muchos siglos se pensó que la Tierra era plana hasta que llegó Aristóteles (385-323 a. C.) y sugirió que era un cuerpo redondo alrededor del cual giraban el Sol, la Luna y los demás planetas; una teoría que, tiempo después, fue apoyada por Claudio Ptolomeo (100-170 d. C.). No obstante, a mediados del siglo XVI, Nicolás Copérnico señaló que, en realidad, el Sol era el centro del universo y que todos los planetas giraban en torno a él. Posteriormente, personajes como Galileo Galilei (1564-1642) e Isaac Newton (1643-1727), entre otros, demostraron esta teoría y aportaron mucha información valiosa.
Ahora, gracias a todo este conocimiento, sabemos sobre eclipses, galaxias, planetas, meteoritos, cometas, que el universo es un entorno oscuro, al vacío y que no existe la gravedad, etcétera. Visualmente lo tenemos bien estudiado, pero ¿alguna vez se ha preguntado a qué huele el universo?
Primero que nada, es importante saber que los olores del universo provienen de la cantidad de gases que abundan en él y de las constantes reacciones de combustión que ahí se producen. De esta manera, el espacio no tiene un único aroma, sino que es una perfumería variada, cuyas esencias dependen de la zona en la que se esté. Pero, contestando a la pregunta anterior, básicamente, el universo…
¡Apesta!
Y es que en algunos sitios se desprende un hedor similar a huevo podrido y estiércol, producto de las grandes concentraciones de sulfuro de hidrógeno (H2S) y sulfuro de carbonilo (OCS), respectivamente. Estos compuestos se detectaron por primera vez en 1972, dentro de una nube molecular situada en el centro de la Vía Láctea, y también estaban presentes en los cometas Austin, Halley y 67P/Churyumov-Gerasimenko, y en la galaxia NGC 253, conocida como de la Moneda de Plata, por su forma y color, ubicada a 13 millones de años luz de la nuestra.
Otros “aromatizantes” que se han identificado son: el amoniaco (NH3), que hiede como a orines o a pescado descompuesto, en una nube molecular en la constelación de Orión, en las nubes de Magallanes, en Júpiter y en el satélite saturnino Titán; la fosfina(PH3), que tiene un olor parecido al ajo, presente en la estrella gigante roja CW Leonis; y el cianuro de hidrógeno (HCN), que huele a almendras amargas, en el astro GL2591, a tres mil años luz de distancia.
No obstante, no todos los olores del cosmos son repugnantes, pues hay algunos sitios que despiden aromas agradables y un tanto exquisitos, como la estrella IRAS 16293-2422, que está formada a base de glicolaldehído (C2H4O2), un compuesto que en ciertas condiciones puede formar ribosa y glucosa, por lo que genera un aroma dulzón. Asimismo, en Sagitario B, una nebulosa gigante, ubicada a 26 mil años luz de la Tierra, se ha encontrado formiato de etilo (C3H6O2), que se antoja por su perfume a frambuesas frescas con un toque de ron.
En otro sitio, junto a la constelación Aquila, se encuentra una enorme nube molecular, mil veces más grande que nuestro Sistema Solar, que emite un fuerte olor a alcohol puro debido a que en ella existe una cantidad desmesurada de etanol.
Pese a todo este catálogo de perfumes, hay una fragancia general y predominante en todo el universo, la cual es una combinación entre metal caliente, humo de gasolina quemada y barbacoa, justo como la que puede percibirse en una carrera de autos. Tales olores son resultado de los denominados hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP), que, a su vez, proceden de aquellos elementos que están dispersos por todo el espacio, como meteoritos, cometas, polvo espacial y estrellas, principalmente las que están en proceso de extinción. Podría decirse, entonces, que el cosmos es una especie de morgue de estrellas, de ahí que su ambiente sea fétido.
Curiosidad estelar
Las estrellas son cuerpos opacos formados por una mezcla de gases, que emiten una luz que, según su intensidad, proporciona información valiosa sobre su tamaño, edad y distancia a la que se encuentran. Dicha luz tiene una coloración que, en la escala cromática, va desde el rojo hasta el azul. Irónicamente, contrario a lo que establece la teoría de los colores cálidos y fríos, las estrellas azuladas poseen temperaturas más altas puesto que su radiación es más intensa, por lo tanto, son más jóvenes. Las rojizas, en cambio, son las de mayor antigüedad y tienen temperaturas bajas debido a que ya han consumido gran parte de su combustible.
¿Cómo lo saben?
Llama la atención que se puedan describir con tanta precisión los aromas del universo, sobre todo si consideramos que resulta imposible olfatearlos directamente en el espacio, ya que, de exponernos sin el equipo adecuado, moriríamos al instante por efectos de la radiación, las temperaturas y la falta de oxígeno. Además, es bien sabido que, al igual que los sonidos, los olores tampoco pueden percibirse en un medio al vacío.
De acuerdo con la doctora Gloria Delgado Inglada, investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM, lo que se hace es estudiar las ondas electromagnéticas, “pues las moléculas, donde estén, emiten luz con una frecuencia concreta al rotar y vibrar. Cuando esta luminosidad llega a nosotros, podemos determinar de qué se trata”.
Por otro lado, según el testimonio de astronautas que han estado en la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés), cuando salen al espacio para hacer alguna reparación o montar un módulo, los HAP se impregnan en sus trajes y herramientas, de manera que, de vuelta a la Tierra, donde sí es posible percibir el olor, se han percatado de que éstos huelen a carne fría.
En 2017, Scott Kelly, un astronauta estadounidense, quien en 2015 rompió de récord de ser la persona que más tiempo ha estado en el espacio, con más 350 días, organizó una serie de preguntas y respuestas en vivo vía Twitter, donde declaró que la ISS huele a basura acumulada, aunque la intensidad del hedor varía en función de la parte del espacio en que se encuentre.
En 2008, la NASA acudió con Steven Pearce, químico fabricante de perfumería, y le solicitó que recreara la peculiar esencia espacial, con la intención de utilizarla en los entrenamientos de los astronautas. La idea era recrear de la manera más fiel posible los escenarios y las condiciones en las que éstos se encontrarían durante sus viajes al espacio. Ante semejante tarea, Pearce reveló que imitar el olor de metal caliente había sido todo un reto y que, basado en otros proyectos en los que ha trabajado para la NASA, la Luna huele a pólvora quemada.
¿Se imaginaba usted que algo tan maravilloso como el universo tuviera un olor tan desagradable?
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