Al noroeste del océano Atlántico, se encuentra una extensa sección que está rodeada de misterio, que causa fascinación y, a la vez, miedo –en especial, quizá, a los marineros y a los pilotos aéreos–, pues tiene fama de ser un sitio donde embarcaciones y aviones desaparecen sorpresiva e inexplicablemente, sin dejar rastro. Dicha área está delimitada por las Islas Bermudas, Puerto Rico y la ciudad de Miami, en la península de Florida, Estados Unidos, formando, entre estos puntos, un triángulo imaginario, de 1.1 millones de kilómetros cuadrados de peligrosas aguas; al menos, eso dicen las leyendas que se han formulado a raíz de diversos siniestros que han ocurrido ahí, a lo largo del tiempo.
Se dice que Cristóbal Colón fue uno de los primeros personajes en presenciar un evento extraño en aquella zona. En octubre de 1494, en medio de un viaje de exploración, describió que una gran llama de fuego (probablemente un meteoro) impactó contra el mar, y que, semanas después, una extraña luz apareció en el horizonte. Asimismo, su brújula dejó de marcar el rumbo. Evidentemente, a pesar de ello, el explorador no se perdió ni sucumbió en las aguas, pues logró llegar al Nuevo Continente.
El origen del mito
Todo comenzó el 5 de diciembre de 1945, con el accidente del Vuelo 19. Cinco aviones de la Marina de Estados Unidos, que habían despegado de Fort Lauderdale, en Miami, y que se encontraban sobrevolando la zona, realizando un entrenamiento de rutina, desaparecieron del radar repentinamente. La última comunicación que se tuvo con el escuadrón fue un mensaje del líder de vuelo, que advertía que “todo parecía extraño; incluso, el océano”.
Sin poder establecer más contacto, la base envió inmediatamente un hidroavión de rescate, para localizar los restos de las otras aeronaves e intentar salvar a sus 14 tripulantes, pero éste y los 13 hombres que iban a bordo, también, se perdieron.
Fue un suceso extraño, ya que el clima era estable y los primeros aviones habían sido revisados mecánicamente con anticipación y declarados en perfecto estado; además, la Segunda Guerra Mundial ya había finalizado, por lo que no había la posibilidad de que hubieran sido derribados. Por esta razón, el informe oficial atribuyó el hecho a causas desconocidas y se manejó el caso como un simple accidente.
Pero, a inicios de la década de los 50, el periodista sensacionalista Edward Van Winkle comenzó a darle forma al mito, al escribir sobre el caso del Vuelo 19 y otras desapariciones misteriosas de barcos y aviones cerca de la costa de las Bahamas, que es parte de las aguas de lo que él refirió como el ‘triángulo del diablo’.
A principios de 1963, ocurrió otra tragedia, que alimentó, todavía más, el misterio y la leyenda. El SS Marine Sulphur Queen, un buque que transportaba azufre fundido y a 39 personas, dejó de transmitir señales el 4 de febrero. Días después, se enviaron equipos de búsqueda, que estuvieron en acción durante poco más de dos semanas, pero lo único que encontraron fueron escasos restos del barco y un chaleco salvavidas.
Al año siguiente, Argosy, una revista de ficción estadounidense, publicó un artículo, de la pluma del escritor Vincent Gaddis, en el que apareció, por primera vez, el término de ‘Triángulo de las Bermudas’ y donde se sugería que ahí ocurrían eventos sobrenaturales que provocaban las tragedias. No obstante, la cereza del pastel, el suceso que elevó los rumores y las coincidencias a la calidad de mito llegó en 1974, con el lanzamiento del libro El Triángulo de las Bermudas. Una increíble saga de desapariciones inexplicables, del neoyorquino Charles Berlitz, que es una recopilación cronológica de varios casos supuestamente ocurridos en esa área y sus causas paranormales, desde 1846 hasta 1972. La obra se convirtió en un best seller, con 20 millones de copias vendidas y traducido a 30 idiomas.
Alrededor de esta mitología marítima, con partes de realidad y mucha ficción, se formularon numerosas teorías, igual de fantásticas, para intentar explicar las desapariciones de las que se hablaba y las que podrían ocurrir en el futuro si se tenía la osadía de cruzar por esa porción del Atlántico, fuera por aire o por mar. Por ejemplo, se planteó la presencia de agujeros negros en el fondo del océano, que absorben a las embarcaciones, llevándolas a otra dimensión; bestias marinas de grandes proporciones, como una criatura similar al kraken; que la zona aloja una estación extraterrestre, que abduce a los navíos y a las aeronaves; o que las ruinas de la Atlántida, la ciudad hundida, se encuentran en esas coordenadas y su avanzada tecnología aún está activa e interfiere con la de los dispositivos de navegación.
Nada fuera de lo común
El siniestro más reciente ocurrió en enero de 2021. Un barco con 20 personas a bordo, proveniente de Bimini, en las Bahamas, con destino a Florida, desapareció de manera inesperada. La Guardia Costera de Estados Unidos emprendió búsquedas en un área de 20 mil millas alrededor de la última posición registrada; sin embargo, se suspendieron después de 84 horas de labores infructuosas. Sin duda, un caso más que se suma al morbo y a la superstición del Triángulo de las Bermudas.
Y sí, por supuesto que ha habido y seguirá habiendo naufragios en la zona. Hasta la fecha, se cuentan alrededor de 50 embarcaciones y 20 aviones perdidos ahí; sin embargo, tanto la lógica como la ciencia explican que esto no tiene nada de raro. Primero, porque, al ser una región marítima y aérea que conecta Europa con América, y por sus corrientes que ayudan a que los vehículos sean más rápidos, ha sido y continúa siendo muy transitada, por lo que no es extraño que ocurran tantos accidentes. De hecho, hablando en cuanto a estadísticas, la cifra de tragedias en el Triángulo de las Bermudas es igual a la de otras partes del mundo, con menos tráfico; es decir, es un tema de probabilidad más que sobrenatural.
Asimismo, diversas investigaciones han concluido que no existe una única causa que conduzca a los naufragios, sino que se trata de múltiples factores, relacionados, principalmente, con el error humano y con cuestiones meteorológicas. Y es que, si bien las corrientes de aire y agua ayudan a incrementar la velocidad de las naves, a la vez, generan cambios drásticos en el tiempo atmosférico, desencadenando fuertes mareas, huracanes y tormentas que suponen un peligro.
Sin embargo, otras posibles hipótesis de carácter científico apuntan a variaciones magnéticas y a niebla electrónica. Esta es una teoría divulgada por Rob MacGregor y Bruce Gernon, en su libro La niebla. Ambos son sobrevivientes de un accidente aéreo en el Triángulo de las Bermudas, en el cual, según relatan, hubo una niebla muy espesa y un vórtice electrónico chocó contra las alas del avión, provocando que los aparatos electrónicos y de navegación se estropearan. Poco más de una hora después, aparecieron sobre una zona de Miami, a la que, según ellos, era imposible llegar en tan poco tiempo. Para algunos, suena a una historia sensacionalista, pero lo cierto es que se fundamenta en un fenómeno comprobado: el Triángulo de las Bermudas es uno de los dos únicos sitios en el mundo donde las brújulas marcan el norte verdadero y no el norte magnético; por eso, se dice que fallan.
Por otro lado, también, se habla de burbujas de metano, que se elevan a la superficie, desde cuevas congeladas debajo del mar, que provocan que las embarcaciones se desestabilicen y se hundan. Pero, aunque esto sí es posible, no hay evidencia de que existan reservas de dicho gas en las profundidades oceánicas del Triángulo de las Bermudas.
Otra explicación, asociada a la meteorología, la ofrece el oceanógrafo Simon Boxall, de la Universidad de Southampton, en Inglaterra. En su serie documental, The Bermuda Triangle enigma, indica que la causa de las desapariciones de barcos y aviones en esa zona puede ser el caótico oleaje, producido por la unión de tormentas que vienen desde distintos puntos. Las olas son rebeldes y gigantescas, llegando a medir hasta 30 metros de altura, y aunque duran sólo algunos minutos, pueden ser mortales. Para llegar a esta conclusión, Boxall y su equipo simularon este fenómeno e hicieron una réplica a escala del barco estadounidense USS Cyclops –que se perdió en el Triángulo de las Bermudas, en 1918, con 300 pasajeros–, para estudiar el efecto que las olas habrían tenido sobre el navío.
¿Qué hay, entonces, de las búsquedas infructuosas, en las que, en todos los casos, no se han localizado los restos de los vehículos ni los cuerpos de los náufragos? La ciencia, también, tiene una respuesta para esa pregunta, y es, sencillamente, que, al tratarse de un espacio a mar abierto y demasiado extenso, las corrientes y las mareas los arrastran lejos del punto del accidente, haciendo que se pierdan en el inmenso océano.
Sobre el misticismo que le rodea, en 1975 –un año después de que apareciera la publicación de Berlitz–, un expiloto comercial e instructor de vuelo, Lawrence D. Kusche, que trabajaba como bibliotecario de la Universidad Estatal de Arizona, se dio a la tarea de investigar sobre el Triángulo de las Bermudas, intrigado por todo lo que el libro decía y creyendo, en principio, que en realidad había un misterio. Para ello, recopiló información de distintas fuentes, estudió detalladamente el informe sobre el Vuelo 19 y realizó numerosas entrevistas a testigos y expertos en diversas áreas. Así, descubrió que Berlitz había manipulado e, incluso, falseado la mayoría de la información; por ejemplo, algunas de las desapariciones que describió, aunque sí ocurrieron, no fueron dentro del área del triángulo; además, había otros casos, demasiado exagerados, que fueron inventados por él mismo. De acuerdo con su libro, The Bermuda Triangle mistery: solved, Kusche concluyó que, en esa zona, se producen, con frecuencia, tormentas tropicales repentinas, por lo que un naufragio en esas condiciones no debía considerarse raro.
Lamentamos romper con su ilusión, querido lector, pero lo cierto es que se ha demostrado que las aguas del Triángulo de las Bermudas no encierran ningún misterio ni tienen nada de anormal. Los accidentes han sido justo eso: accidentes, viajes que han entrado en la poca o mucha probabilidad de que una tragedia ocurra. Por esa razón, el Triángulo de las Bermudas no está delimitado como tal en los mapas oficiales, y ni la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos ni ninguna otra institución marítima lo reconocen como un área de peligro o como una porción aparte de todo del océano Atlántico.
Comments