Quizá, estemos más familiarizados con la imagen y el papel de Odín gracias a los cómics y a las películas de Thor, de Marvel. Lo identificamos como un señor mayor, sabio y que porta un parche ocular. Por si tenía la curiosidad, aquí, le contamos cómo fue que perdió su ojo.
Como ya hemos mencionado en las historias anteriores, Mímir es un gigante importante, que habita en el mundo de Jötunheim y se encarga de vigilar el pozo de la sabiduría, el cual alimenta una de las raíces del Yggdrasil, el árbol de la vida. Mímir bebía de él todas las mañanas, por lo que, cada vez, se volvía más sabio.
Cierto día, recién formados todos los reinos, Odín, disfrazado de vagabundo, con una capa y un sombrero, descendió a Jötunheim, para encontrarse con el gigante y solicitarle que le dejara probar las aguas de su pozo. Pero éste, sin decir palabra alguna, hizo un gesto de negación con la cabeza, pues es de inteligentes sólo escuchar y callar.
Odín insistió, apelando a que era su sobrino, hijo de su hermana Bestla. Sin embargo, para Mímir, el parentesco no era suficiente, así que mantuvo una actitud reacia. El dios de dioses continuó suplicándole; entonces, el gigante, ingenuo, tal vez pensando que Odín no accedería, le dijo que le concedería un trago a cambio de uno de sus ojos.
El padre de Thor no refutó la condición; ya había emprendido un largo, exhaustivo y peligroso viaje para llegar a Jötunheim, por lo que estaba decidido a hacer cualquier cosa con tal de obtener lo que quería. Así que agarró un cuchillo, se sacó el ojo derecho y lo depositó en el pozo. Acto seguido, tomó el Gjallarhorn, un cuerno que le sirvió como vaso para beber el agua. A medida que tragaba el líquido, sentía cómo su cuerpo se inundaba de sabiduría. Incluso, se percató de que podía ver más claro y a mayor distancia con un solo ojo que con cuando tenía ambos.
Con su nueva apariencia, con un parche que le cubría su cuenca ocular vacía, Odín fue conocido con varios sobrenombres, como Blindr, el dios ciego; Hoarr, el tuerto; y Baleyg, el del ojo flamígero.
Al cabo de muchos años de este evento, estalló la guerra entre los aesir y los vanir, dos linajes de deidades; y para resolver el conflicto y tratar de unificarlos, Odín intervino y ordenó que ambos grupos intercambiaran jefes y guerreros. Así, envió a Hoenir, miembro de los aesir, al mundo de los vanir, para fungir como nuevo rey. De igual manera, le dio la instrucción a Mímir de ir con él, como su consejero.
Hoenir tenía una musculatura imponente, era alto, bien parecido y con porte; sin embargo, su carácter no concordaba con su apariencia, pues era muy inseguro e indeciso. Sólo podía hacer determinaciones con firmeza cuando Mímir estaba cerca de él.
Dicha actitud terminó por cansar a los vanir, quienes descargaron su furia, curiosamente, no contra Hoenir, sino con Mímir. Le cortaron la cabeza y se la enviaron a Odín, quien la frotó con hierbas medicinales, para que no se pudriera. También, le recitaba hechizos, a modo de ritual, con el fin de que su sabiduría no se perdiera.
Gracias a estos cuidados, al poco tiempo, Mímir abrió los ojos y, entonces, comenzó a darle consejos a Odín, para gobernar. Posteriormente, el dios viajó otra vez hacia Jötunheim, para depositar la cabeza del gigante en su pozo, donde yacía su ojo. Luego, recogió el Gjallarhorn, y de regreso a su morada, en Asgard, se lo entregó a Heimdall, el guardián del Bifrost. El momento en que éste haga sonar el cuerno, todas las deidades despertarán, sin importar qué tan profundo sea su sueño; y ese día ha de ser cuando llegue el Ragnarök.