Luego de la muerte de Balder, por obra de Loki –quien, como castigo, yacía eternamente atado a una roca, con una serpiente derramando veneno sobre su cabeza–, el mundo no volvió a ser el mismo. La vida continuaba, pero se sentía un ambiente de desencanto. Después de un largo tiempo, todos los dioses de Asgard cayeron en un sueño profundo; el único que se mantenía despierto, observando lo que sucedía en los nueve reinos, era Heimdall, el dios guardián. Así permaneció todo hasta la llegada inevitable del apocalipsis, el Ragnarök.
El destino final de las deidades, de la humanidad y del resto de las criaturas del mundo comenzó con el Fimbulvetr, una serie de fuertes y violentos inviernos continuos, que nunca acabarían. Debido a ello, no había sol ni calor, por lo que las cosechas no se lograban y, entonces, las hambrunas empezaron a hacerse presentes. Así, la humanidad se llenó de tristeza, de odio, de impotencia, de desesperación, lo que provocó enfrentamientos entre familias, amantes, entre hermanos, y padres e hijos.
Los hombres lucharían entre sí, como lobos feroces, a tal grado que no podía distinguírseles de entre los verdaderos animales. Los helados vientos y las tinieblas (no había luz de sol, de luna o de estrellas) se apoderaron completamente del entorno, provocando que los hogares de los humanos se redujeran a ruinas y que la población comenzara a perecer. Las pocas personas que lograban sobrevivir el paso de los días habitaban en condiciones de carencia, acechadas por crueles nevadas.
Después, ocurrieron terremotos, deslaves de montañas, caídas de árboles y la destrucción de los bosques. Esto provocó que Fenrir, el monstruoso lobo hijo de Loki, que, por traición de los dioses, había permanecido encerrado en una cueva, quedara libre de su prisión, con sed de venganza. De sus ojos y de sus fauces, brotaban llamas, que dejaban incendios por donde quiera que pasaba.
El nivel de los océanos y mares creció descontroladamente, causando desbordamientos e inundaciones catastróficas. El otro hijo de Loki, Jörmungundr, la kilométrica serpiente que habitaba las profundidades acuáticas del reino de Midgard, subió a la superficie, liberando su veneno mortal, que provocó la muerte de la fauna marina. También, salpicó algunas gotas hacia el cielo, con el fin de terminar con las aves.
Por su parte, desde Muspelheim, reino del fuego, descendieron los flamígeros gigantes, encabezados por su gobernante, el poderoso Surtr, quien portaba un ardiente sable, tan resplandeciente que ningún mortal era capaz de mirarlo directamente. Aunque, en otra ocasión, esto no hubiera sido posible, las criaturas de fuego cruzaron por el Bifrost –el puente de arcoíris que conectaba a Midgard con Asgard, por el que sólo podían transitar los dioses y las almas de los humanos–, y tan rápido como llegaron al otro lado, éste comenzó a apagarse y a desmoronarse, quedando convertido en cenizas, sin la posibilidad de regenerarse nunca más.
La destrucción del mundo continuaba, y gracias a ello, Loki, el maestro del engaño, fue capaz de liberarse de la roca a la que permanecía atado. Luego, se dirigió al Jötunheim, la tierra de los gigantes de hielo, y tomó el timón del Naglfar, el navío más grande que jamás hubiera existido, hecho con las uñas de las manos y de los pies de los muertos. El capitán de éste era Hrym y estaba tripulado por una gran cantidad de gigantes de hielo. El barco navegó por las lúgubres aguas, llenas de cuerpos flotantes, en dirección al sitio donde tendría lugar la batalla final, la llanura de Vigrid.
Ahí, se reunieron con los otros miembros que completarían su ejército para luchar contra los dioses: las tropas de Hela, la otra hija de Loki, conformadas por los cadáveres vivientes de aquellos que habían fallecido sin honor; los gigantes de fuego, al mando de Surtr; el feroz lobo Fenrir, que no dejaba de crecer y que ya había alcanzado un tamaño monumental, con una fuerza extraordinaria; y la serpiente Jörmungundr.
Mientras tanto, en su posición, Heimdall era testigo de todo lo que sucedía; entonces, hizo sonar el Gjallarhorn, un cuerno con el que generó un estruendoso ruido, que retumbó en todo Asgard, con el que anunció la llegada del fin. Los dioses dormidos se despertaron, tomaron sus armas y se dirigieron al campo de batalla, para encontrarse con sus contrincantes. Iban acompañados por los guerreros divinos, que eran los cuerpos de los que habían muerto con gloria y que habitaban en el Valhalla. Odín, el padre de todos, iba al frente y, a un costado, iba Thor, dios del trueno, sosteniendo su martillo.
Una vez que arribaron al sitio, frente a sus adversarios, Odín luchó contra Fenrir, en tanto que Thor intentó hacerse cargo de la gran serpiente de Midgard. Frey, dios de la lluvia, del sol naciente y de la fertilidad, se enfrentó a Surtr, y aunque peleó con habilidad y destreza, fue la primera de las deidades en caer, por obra de la espada ardiente del gigante de fuego.
Los guerreros celestiales combatieron contra los de Hela, la diosa de los muertos. Garm, el perro guardián del inframundo, que era feroz y de enormes proporciones, aunque no tan grande como Fenrir, peleó contra Tyr, divinidad de la guerra. Luego de una intensa batalla y de ataques mutuos, y con una sola mano (recordemos que Tyr había perdido la otra a causa de una mordida de Fenrir, en una historia que ya le hemos contado), el dios logró someter y matar a Garm; sin embargo, eso también le costó la vida, ya que el can alcanzó a darle una mordida mortal en la garganta.
Con su poderoso martillo, Thor logró terminar con la serpiente, dándole un fuerte golpe en la cabeza, logrando que ésta se desprendiera bruscamente de su kilométrico cuerpo y saliera volando. Al caer al suelo, explotó, provocando una intensa lluvia de veneno, que cayó sobre el dios del trueno, ocasionándole la muerte.
Por su parte, Odín y Fenrir continuaban enfrentándose. El primero ya había clavado incontables veces su filosa lanza en el cuerpo de la bestia, pero no conseguía debilitarla por completo. Asimismo, en varias ocasiones, el padre de todos esquivó victorioso las mordidas del gran lobo, hasta que, desafortunadamente, en un momento de distracción, éste lo tomó por sorpresa y lo devoró en cuestión de segundos.
Vidar, hijo de Odín, dios del silencio, la venganza y la justicia, presenció la escena del asesinato de su padre, así que se propuso acabar con la vida de Fenrir. Inmediatamente, se abalanzó sobre la criatura, colocó uno de sus pies en la mandíbula inferior de ésta, con lo que consiguió neutralizarla por unos instantes; luego, con uno de sus brazos, agarró su mandíbula superior y, en un movimiento rápido, le desentonó la quijada y le dio la estocada final.
Los dioses y los gigantes de hielo y fuego, así como los guerreros de uno y otro bando, caerían uno a uno, luchando entre sí. Los únicos sobrevivientes fueron Loki, quien estaba notoriamente debilitado y cubierto de heridas, pero con la fuerza suficiente para poder sonreír todavía y alegrarse del trágico destino de las divinidades; y Heimdall, que se veía un poco más entero que el dios embustero.
Ambos se miraron frente a frente; Loki trataba de intimidar a Heimdall y de buscar un punto débil por el cual atacar; sin embargo, éste permanecía impasible. Loki continúo provocándolo y fue entonces cuando Heimdall le lanzó, con fuerza, su espada, misma que, al estrellarse en su armadura, no le causó gran daño a su enemigo, quien, por supuesto, respondió a la agresión.
Después de varios contraataques, los dos dioses cayeron mortalmente heridos. Loki alcanzó a susurrar que él había vencido, pero Heimdall le respondió, afirmándole que, de su lado, todos habían muerto, mientras que, del bando de los dioses, habían sobrevivido los hermanos Vidar y Vali; y los hijos de Thor, Modi y Magni, quienes habían recuperado su martillo y, ahora, ellos lo poseerían.
Loki dijo que era suficiente para él ver que el mundo estaba en llamas y que todos los dioses y mortales habían sido destruidos. Heimdall replicó, señalando que el árbol Yggdrasil, que sostuvo a los nueve reinos, era inmune al fuego y que dos humanos de sexo opuesto se habían refugiado en su tronco. La mujer se llamaba Vida, y el hombre, Impulso de Vida. Su descendencia repoblaría el mundo y, con ello, daría inicio una nueva era. Loki intentó refutar, pero la muerte ya no se lo permitió; inmediatamente después, Heimdall dio su último aliento.
El único ser que quedaba era Surtr, quien inició un fuego devastador, que acabó con los restos de todo lo que había, incluido él. Pronto, la atmósfera se cubrió de oscuridad, humo y cenizas, mismas que, después, fueron arrastradas por el mar.
Al cabo de mucho tiempo, de las aguas grises del océano, surgió tierra verde. Un nuevo sol nació, más resplandeciente que el anterior. Vida e Impulso de Vida salieron de su refugió y se fusionaron para dar origen a una nueva humanidad.
Idavollr era una planicie que se ubicaba en Asgard y que fue el único lugar divino que logró mantenerse en pie; ahí, se reencontraron Vidar y Vali, Modi y Magni, y el amado dios Balder, para hablar del pasado y analizar los errores que habían cometido.
De repente, entre la hierba, encontraron piezas talladas de ajedrez, con la forma de los personajes míticos de la otra era. Estaban Odín, Thor, Frigg, Heimdall e, incluso, el propio Balder. También, hallaron representaciones de Loki y de sus hijos, de un gigante de hielo y de Surtr. Cuando completaron todas las figuras, las acomodaron en un tablero, para recrear la batalla entre los dioses y sus enemigos; sería Balder quien haría la primera jugada de la partida.
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