Desde hace casi 450 años, este tesoro prehispánico, único en su clase, ha permanecido en Austria, a 9 mil 914 kilómetros de distancia de México, con el océano Atlántico de por medio. En las últimas semanas, han trascendido las noticias acerca de que el gobierno mexicano solicitó, nuevamente, al país europeo, el préstamo de la pieza. Sin embargo, la respuesta austríaca fue la misma que la de las veces anteriores: no puede regresar porque es imposible que aguante el viaje.
Cómo llegó al Viejo Continente no es la única pregunta en torno al llamado ‘penacho de Moctezuma’, existen otras incógnitas que aún no tienen una explicación certera, como si realmente perteneció al tlatoani mexica; si fue un obsequio de éste a los españoles, o bien, si fue parte del saqueo hispano durante la Conquista.
Tocado de gran simbolismo
Data del año 1515, aproximadamente, y aunque se presume que perteneció a Moctezuma II Xocoyotzin, no hay evidencia de que haya sido parte de su indumentaria diaria o, incluso, que alguna vez lo haya portado. Los historiadores afirman que, por su forma y dimensiones, es muy probable que fuera utilizado por los sacerdotes, en ceremonias importantes, pues los tlatoanis solían usar tiaras de oro, con una pieza triangular a la altura de la frente.
En náhuatl, el penacho recibe el nombre de quetzalapanecáyotl, que significa ‘tocado de plumas de quetzal, engarzadas en oro’, y es el magno ejemplo del talento y delicadeza de los amantecas, artesanos mexicas que se dedicaban a la confección de ornamentos con plumas finas. La versión que se conserva actualmente (ya que sufrió daños a lo largo de su historia) pesa 980 gramos y mide 178 centímetros de diámetro y 130 centímetros de alto. Posee una estructura formada por palillos de madera forrados de hilo de algodón, unidos a través de una red de cordeles, para hacerlo dinámico y ligero. Las investigaciones históricas y arqueológicas indican que la pieza original estaba dividida en tres secciones: una frontal y dos laterales. Estas últimas estaban ancladas de manera que pudieran abrir y cerrarse, para simular las alas de un ave, pero sin que el plumaje se maltratara.
En cuanto al diseño visual, los plumajeros y orfebres se preocuparon por otorgarle un atractivo que concordara con su gran carga simbólica. Para el abanico, la parte más vistosa y esplendorosa, de color verde, utilizaron plumas de la cola del quetzal (Pharomachrus), que simbolizan a las deidades, como Quetzalcóatl. La base, una especie de corona, con filas de distintos tonos, incluye plumas del pájaro vaquero o cuclillo marrón (Coccyzus minor), del cotinga azuleja (Cotinga amabilis), del espátula rosada (Platalea ajaja) y del ala del quetzal. A éstas, las acompañan pequeños ornamentos de oro, en forma de discos y medias lunas; y se dice que, en la parte de abajo, tenía un gran pico hecho de este mismo metal, el cual se extravió durante sus travesías por el Viejo Continente.
Un ‘obsequio’ para Austria
La manera en que arribó a dicho país aún se desconoce. La teoría más aceptada y lógica sitúa a Hernán Cortés como el responsable de su traslado a tierras europeas.
Las versiones oficiales en torno a la historia de la Conquista de Tenochtitlan afirman que Moctezuma le regaló el penacho a Cortés, en 1519, bien, para envestirlo de dios o como un acto de diplomacia, para establecer buenas relaciones con Carlos I de España. Sin embargo, otros estudiosos señalan que pudo haberse hecho de él a causa del saqueo al pueblo mexica, por parte de los hispanos.
Como haya sido, el conquistador español se lo entregó a su rey, quien pertenecía a la familia de Habsburgo, de origen austríaco. Una vez en Europa, no se tiene registro de los paraderos del penacho durante los 75 años posteriores a la Conquista; se supo de él hasta 1596, cuando fue listado en el inventario de tesoros del archiduque Fernando II de Tirol (sobrino de Carlos I), quien había fallecido un año antes y que inició su colección a mediados del siglo XVI, de piezas de todas partes del mundo.
Al principio, los europeos lo identificaron como ‘tocado morisco de largas y bellas plumas resplandecientes, verdes y doradas’, y permaneció en el castillo de Ambras, en Innsbruck, capital de Tirol, en Austria, durante poco más de dos centurias. En 1806, fue trasladado a Viena, siendo resguardado, ocho años después, en el palacio de Belvedere, y en 1819, el arqueólogo Eduard von Sacken determinó que el penacho era de origen mexicano.
En 1878, el naturalista Ferdinand von Hochstetter lo descubrió arrumbado, dentro de una vitrina, en el palacio de Belvedere, y se dio a la tarea de restaurarlo. Fue a causa de sus intervenciones que el tocado perdió su forma tridimensional y se alteraron sus funciones plegables, pues se pensó que se trataba de un estandarte. Más tarde, en 1908, la antropóloga estadounidense Zelia Nutall, especialista en las culturas mesoamericanas, reafirmó que, en realidad, era un atavío para la cabeza.
El penacho de Moctezuma arribó al Museo de Historia Natural de Viena, en 1880; y fue reubicado a su actual residencia, el Museo de Etnología (hoy, llamado Museo del Mundo), en 1928, cuando éste fue inaugurado, convirtiéndose, desde entonces, en la pieza más importante e icónica de las colecciones de América.
Retorno imposible
De acuerdo con un artículo publicado en la revista Arqueología mexicana, escrito por Eduardo Matos Moctezuma, profesor emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, vigente desde 1972, capítulo tercero, artículo 27, se establece que son propiedad de la Nación, inalienables e imprescriptibles, los monumentos arqueológicos muebles e inmuebles.
Por su parte, el artículo 28 especifica que dichos monumentos arqueológicos son aquellos que fueron producto de culturas anteriores al establecimiento de la hispánica en el territorio nacional, así como los restos humanos, de la flora y de la fauna relacionados con ellas.
Con base en estas afirmaciones, se considera que el penacho de Moctezuma debería ser devuelto a México. No obstante, algunos historiadores opinan que la pieza, en parte, también, es patrimonio de Austria debido a que se trató de un obsequio y porque ha estado en aquel país por más de cuatro siglos.
De cualquier forma, el gobierno mexicano ha intentado recuperar el quetzalapanecáyotl en varias ocasiones. Matos Moctezuma refiere que, en el archivo general de Austria, el Haus-, Hof- und Staatsarchiv, existe una carta, fechada en 1865, en la que el archiduque Francisco José autoriza la devolución de varios objetos mexicanos, entre ellos, una misiva escrita por Hernán Cortés y el penacho de Moctezuma, el cual, por alguna razón, no regresó en aquella época.
La siguiente vez que México lo reclamó fue en 1991, pero no obtuvo respuesta por parte del país europeo. Veinte años después, volvió a hacer la solicitud; incluso, ofreció intercambiarlo temporalmente por una carroza que perteneció al emperador Maximiliano de Habsburgo, sin embargo, el gobierno austríaco se negó, argumentando que el tocado no estaba en condiciones de viajar, ya que, a pesar de todos los cuidados de conservación, presentaba un grave desgaste, que podría ocasionar su destrucción si se movía. Y es que, entre 2010 y 2012, especialistas austríacos y mexicanos realizaron un cuidadoso y delicado trabajo de restauración del penacho y concluyeron que, por la antigüedad y la naturaleza orgánica de los materiales, se encuentra en un estado de extrema fragilidad, que hace imposible su traslado.
En octubre de 2020, Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del actual presidente de México, viajó a Austria, para solicitar personalmente el préstamo del ornamento, para exhibirlo al año siguiente, junto con otras reliquias prehispánicas, en el evento de conmemoración de los 200 años de la consumación de la Independencia de México, y los 500, de la Conquista de Tenochtitlan. La respuesta fue la misma: si se mueve, se destruye.
Sabine Haag, directora del Museo de Historia del Arte de Viena, del que depende el Museo del Mundo, que aloja al penacho, ha dicho que, a menos de que exista la teletransportación o un método que bloquee por completo todas las vibraciones del medio, el ejemplar debe permanecer quieto. Ni siquiera, dentro del edificio, ha podido trasladarse a la sala dedicada a la cultura azteca. Se conserva en una vitrina sellada, anclada al piso, con las condiciones ambientales adecuadas, como temperatura, luz, humedad e inclinación, para su preservación. Ésta, incluso, es capaz de inhibir el movimiento si llegara a ocurrir un terremoto en la ciudad.
Dejó claro, también, que no se oponen a devolver piezas antiguas a sus países de origen. Ya lo han hecho en ocasiones anteriores, no obstante, en casos tan delicados como el del penacho de Moctezuma, es mejor que permanezca donde está. Incluso, otras piezas de arte plumario que se tenían desaparecieron por no tener el cuidado y el manejo correctos. Aun así, el museo está comprometido a compartir la belleza estética y cultural del tocado con nuestro país siempre que sea posible. De hecho, los mexicanos que tengan la oportunidad de viajar a Viena pueden ingresar de forma gratuita al recinto, para apreciar el atavío en todo su esplendor.
Es igual, pero no lo mismo
En 1940, Abelardo Rodríguez, quien fuera presidente de México, de 1932 a 1934, donó una réplica de la sagrada corona del tlatoani mexica al Museo Nacional de Antropología, donde permanece hasta la fecha. Había intentado recuperar la pieza original, no obstante, las autoridades austríacas, únicamente, le concedieron un permiso para poder reproducirla. Él financió todo el proyecto, el cual alcanzó un costo de 20 mil pesos de aquel entonces. El duplicado fue elaborado por el amanteca Francisco Moctezuma, y al principio, se exhibió en el Museo Nacional, en la calle de Moneda, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Los intentos para que el tocado regrese a México, pese a toda explicación, al parecer, continuarán; sin embargo, al menos hasta que exista la tecnología que permita su transporte, éste seguirá habitando en Austria. Por supuesto que quisiéramos que un tesoro de esa talla volviera a su tierra, para que todos los mexicanos pudiéramos admirar su belleza y autenticidad; no obstante, si se trata de preservar la cultura y el recuerdo, quizá, es mejor que se quede donde está, para evitar que desaparezca para siempre.
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