Cuando surge un nuevo brote infeccioso y se identifica su potencialidad de contagio, existen dos opciones de comportamiento en las que están involucradas tanto cuestiones biológicas como sociales: 1) se interrumpe su transmisión y se erradica por completo en la región donde se originó, o 2) se disemina de rápidamente y los contagios crecen de manera exponencial, convirtiéndose en pandemia.
En el contexto actual frente al nuevo coronavirus, es evidente la opción en la que nos encontramos. Medidas como el confinamiento, la exposición controlada de la gente al virus, para tratar de no saturar los hospitales, la aplicación de pruebas masivas, el distanciamiento y las medidas de higiene, sin duda, han ayudado a que el virus no impactara de manera más severa en el mundo y los casos empiecen a descender. No obstante, sabemos que las únicas formas de erradicar la pandemia son que el virus se debilite y desaparezca definitivamente, o bien, mediante la inmunidad colectiva, que se consigue a través de una vacuna y un tratamiento efectivo, o de manera natural, al haber superado la enfermedad, propiciando que las tasas de incidencia y muerte decrezcan; sin embargo, para que se cumpla esta condición, al menos dos tercios de la población se tendrían que infectar y podrían pasar años, con distintas oleadas.
Pero, además de esta alternativa médica o biológica, los historiadores señalan que una pandemia tiene otro tipo de final, que no necesariamente obedece a datos estadísticos de casos o a la investigación científica, es decir, no tiene que ver con que el virus haya desaparecido. Se trata del fin social, que ocurre cuando la población se cansa del confinamiento, sale del modo de pánico y aprende a convivir con la enfermedad. La pregunta ¿cuándo se acabará esto?, en realidad, está orientada al deseo de la persona de rehacer su vida social normal.
Allan Brandt, historiador de medicina en la Universidad de Harvard, comenta que el final social de la pandemia de COVID-19 ya está sucediendo, pues muchos países están suavizando sus medidas, ya finalizaron sus períodos de confinamiento y están reactivando sus actividades, aun cuando el número de contagios es alto o mantiene un promedio inestable; tal es el caso de Estados Unidos, Brasil y México, por mencionar algunos.
Generalmente, y ante la dinámica socioeconómica del mundo, el final social tiende a presentarse antes que el final médico, puesto que éste puede demorarse años; no obstante, la anticipación con la que llegue respecto del otro se relaciona con la forma en que la población percibe y responde a la amenaza. Según Jeremy Greene, historiador de medicina de la Universidad Johns Hopkins, la gente puede reaccionar de manera positiva, atendiendo a todas las recomendaciones y medidas, y así apoyar a los servicios de salud, o de forma negativa, con conductas de pánico, racismo y discriminación. Ambas actitudes se han presentado en la actual epidemia; por un lado, la cooperación colectiva, pero, por el otro, los ataques al personal médico, por considerarlo fuentes de infección.
Aunque se aprenda a vivir con la enfermedad, lo cierto es que no puede haber un final social absoluto si no existe uno médico definitivo, debido a que ambos enfoques se afectan mutuamente. Y es que la vía para detener la pandemia requiere, hasta que exista una vacuna, de la participación colectiva.
Por su parte, aun cuando la investigación médica logre encontrar un tratamiento para curar y prevenir el COVID-19, es necesario que, antes de declarar el fin total de la pandemia, se investigue sobre la gravedad de las incidencias, para verificar que no se esté considerando sólo la punta del iceberg, como señala Larry Brilliant, el epidemiólogo estadounidense que ha trabajado de manera conjunta con la OMS; es decir, así como el virus estuvo propagándose semanas antes de que se identificara el primer caso, cabe la posibilidad de que todavía esté activo cuando los contagios hayan bajado considerablemente e, incluso, se haya declarado el término de la epidemia. Sobre todo porque, en el caso de este nuevo coronavirus, los científicos han planteado la posibilidad de que pueda mutar a una forma menos peligrosa, convirtiéndose en una enfermedad estacional.
La OMS señala que el desarrollo de una pandemia, desde su inicio hasta su final, consta de seis fases en total:
Fase 0: También conocida como período interpandémico. Se identifica y se reporta la aparición de un nuevo virus en una región específica, con presencia de pocos casos en común.
Fase 1: Se declara oficialmente el inicio de la pandemia. Hay contagios en distintas regiones del país epicentro, así como los primeros casos de importación en otras naciones. En esta fase comienzan a implementarse las medidas de protección y prevención.
Fase2: Se registran los primeros contagios locales y las primeras defunciones. La curva de incidencia empieza a crecer rápidamente, por lo que se intensifican las medidas de sanidad.
Fase 3: Es la etapa crítica, finaliza la epidemia en la región de origen, pero continua en el resto del mundo. Un país que se encuentre en esta fase alcanzará su máximo punto de contagios y defunciones, de manera que las medidas preventivas se tornan más estrictas.
Fase 4: Se registra un decrecimiento en el número de contagios y casos. Inicia la reactivación de las actividades de forma escalonada, manteniendo todavía los cuidados necesarios.
Fase 5: Los contagios en el mundo están controlados, por lo que la OMS decreta el término de la pandemia. Se hace un estudio global, para determinar el total de casos y valorar los daños. Para llegar hasta este punto, pueden pasar años.
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