Presente en un sinfín de sitios y artículos de uso cotidiano, los coloridos, elaborados, únicos y variados diseños de la talavera nunca pasan desapercibidos, pues al primer contacto que nuestros ojos tienen con ella, quedan maravillados y rendidos ante esta expresión artística de siglos de tradición, que se ha convertido en un símbolo cultural que da identidad a México, principalmente a los estados de Puebla y Tlaxcala, y a dos localidades de la Madre Patria. La encontramos en platos, cazuelas, vasos, recipientes, jarrones, floreros, saleros, tequileros y cualquier otro traste que se pueda imaginar, así como en figuras decorativas y en los azulejos de las paredes y fachadas de las haciendas y casas de estilo colonial.
La talavera es una expresión del arte mudéjar, que consiste en la ornamentación de loza estannífera (que contiene estaño) o cerámica vidriada a partir de la mayólica, una técnica que utiliza barnices para dar un acabado esmaltado a las piezas. El principal distintivo de esta obra de alfarería es la decoración brillante de sus diseños, la cual se logra a través del contraste del azul cobalto sobre un fondo blanco intenso, aunque también admite el uso de otros colores, como el amarillo, el verde, el negro, el anaranjado, malva y el azul cielo.
Detrás de cada vasija, de cada azulejo, se esconde un proceso de fabricación que, además del conocimiento y el dominio de la técnica, requiere de mucho tiempo, paciencia, dedicación y amor para lograr creaciones con identidad propia, pues ninguna pieza es igual a otra, a pesar de que ambas hayan sido moldeadas por las mismas manos.
Esta labor, que se ha conservado durante casi cinco siglos, fue declarada, en diciembre de 2019, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en reconocimiento a la manufactura artesanal y a la transmisión oral de los saberes del oficio, que siguen fascinando a las nuevas generaciones y hacen que el producto sea apreciado a nivel internacional.
Esta distinción también incluye a la cerámica que se elabora en las localidades españolas de Talavera de la Reina, de ahí que la artesanía adquiera su nombre, y El Puente del Arzobispo, y reconoce la individualidad de cada uno de los talleres y artesanos, quienes plasman en cada pieza su propio estilo mediante los detalles en el decorado y los colores.
La inscripción de la talavera en esta lista patrimonial de la UNESCO tiene por objetivo salvaguardar su simbolismo y los procesos tradicionales para su elaboración, y así evitar las apropiaciones y usos indebidos. Además, de acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), si bien se convierte en la décima manifestación cultural inscrita por México en tal lista, es la primera binacional (en conjunto con España), la primera técnica artesanal mexicana y la primera transcontinental de América Latina en ser reconocida por la organización.
¿Cómo se hace?
La talavera se elabora por etapas, las cuales consisten en la preparación de los materiales, el moldeado de las piezas, el horneado, la decoración y los detalles finales.
Primeramente, se hace una mezcla de barro blanco y negro en proporciones iguales, que luego se amasa hasta obtener una consistencia maleable. Por otro lado, con ayuda de una molienda, se trituran minerales puros, como el cobalto y el cobre, a los que después se añaden otros químicos que dan como resultado los esmaltes y tinturas características de la talavera.
Cuando el barro está listo, se moldea la pieza en un torno y se deja secar al interior de una habitación que guarda distintos grados de humedad, durante un período que varía entre cinco semanas y dos meses. Después de completar este tiempo, la figura ya habrá adquirido un tono grisáceo, lo que indica que es momento de ingresarla al horno por primera ocasión, por un lapso de diez o más horas hasta que obtenga el característico color rojizo del barro.
Después, se lija la pieza para eliminar todas las asperezas y se le aplica un barniz hecho de arena sílice y estaño, que le otorgará el terminado blanco y esmaltado, siempre cuidando que la capa de este recubrimiento sea uniforme y no rebase el milímetro de grosor.
Ha llegado el momento de la decoración. Los diseños se trazan con un carboncillo sobre la pieza, para luego ser coloreados con las pinturas en un acto que evidencia la destreza y el buen pulso de la mano alzada del artesano. El siguiente paso es hornear la figura nuevamente, a una temperatura que oscila entre los 1,150 y los 1,200 grados centígrados. En esta parte del proceso, los barnices y la pintura se integran entre sí y con el barro hasta conseguir su bello acabado brilloso y terso.
Como puede verse, la talavera no sólo es bella por el producto en sí, sino porque resulta de un proceso de manufactura artesanal que implica mucha precisión y cuidado.
Dada su delicada elaboración, puede que la talavera no sea tan barata, sin embargo, la elegancia y las hermosas vistas que los diseños de sus piezas aportan a la decoración de nuestro hogar hacen que la inversión valga la pena. Aunque, por lo anterior, también es presa fácil de la piratería, que pone a la venta productos que imitan el decorado, pero que no son resultado de un proceso artesanal. Debido a esto, la talavera cuenta con denominación de origen, un reconocimiento que otorga el estado mexicano, que ratifica los elementos y condiciones que garantizan la autenticidad y calidad de un producto, es decir, que es propio de un lugar en específico y, por lo tanto, posee una larga historia, tradición, cultura y valor únicos en el mundo.
Para saber si una pieza de talavera es auténtica, su base debe ser de color rosa o terracota y debe tener grabado el sello del taller donde se fabricó, las iniciales del artesano y el lugar.
De herencia española
El arte de la talavera llegó a México a mediados del siglo XVI durante la Conquista. Y es que los artesanos españoles dominaban muy bien esta técnica de alfarería, que surgió en la España medieval, por influencia de las corrientes artísticas y estilísticas de las culturas de Medio Oriente.
Una vez en México, los artesanos se establecieron principalmente en lo que hoy es Puebla y Tlaxcala, y ahí comenzaron a desempeñar su oficio, transmitiendo los conocimientos a los indígenas, con la idea de manufacturar en masa piezas de talavera, pues éstas eran muy codiciadas en las familias acomodadas y traerlas desde España resultaba muy caro. De esta manera, la talavera mexicana fue adquiriendo su propia personalidad, mediante la combinación de las técnicas europeas con los prehispánicas.
Para el siglo XVII, la elaboración de esta artesanía ya comenzaba a consolidarse en el Nuevo mundo, y pronto se volvió tan popular que, incluso, se crearon una especie de secretarías que se encargaban de regular los estándares de calidad para evitar falsificaciones, así como de definir las normas para el desempeño del oficio, las cuales especificaban que se debía separar la loza en tres géneros (fina, común y amarilla), la proporción de las cantidades de barro al hacer la mezcla y las claves para realizar el decorado, como que en la loza fina se precisaba el uso de pinturas guarnecidas (a base de yeso negro) para realzar su hermosura.
Una de las obras arquitectónicas de estilo colonial más reconocidas de la Ciudad de México, que incorpora en toda su facha ornamentos de talavera, es la Casa de los Condes de Orizaba, popularmente llamada la Casa de los Azulejos. Se ubica en la calle Madero, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, y hoy es hospedera de un famoso restaurante.
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