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Criaturas mitológicas mexicanas (segunda parte)

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Así como dentro de las mitologías de otras culturas existen criaturas fantásticas, que identificamos muy bien, la cosmogonía prehispánica mexicana también posee un extenso catálogo de ellas; algunas, buenas, y otras, malas, que vale la pena conocer, para ampliar nuestro acervo cultural sobre las leyendas de las raíces de nuestro país.

 

En una entrada anterior, comenzamos el listado de algunos de estos seres mitológicos mexicanos –pues, para mencionarlos todos, necesitaríamos hacer un libro–, en donde incluimos a las serpientes de fuego, Waay chivo, Cihuacóatl, a los aluxes, a Cipactli, al sinsimito, al Ahuízotl y a Xicalcoátl. Y, ahora, continuamos con…

 



Representación de Utsa
Representación de Utsa

Tukákame y Utsa

Es un demonio de la cultura huichol, cuyo nombre –también escrito como Tikakame– significa “el diablo”. De acuerdo con la leyenda, narrada en el libro de Monstruos mexicanos, de Carmen Leñero, al inicio de los tiempos, los dioses del mar crearon a la luna, para alumbrar el camino de los huicholes. Se llamaba Tarika cuando iluminaba la bóveda nocturna, pero cuando se ausentaba del cielo, se refugiaba en el subsuelo, bajo el nombre de Utsa. Del corazón de Utsa, surgieron los demonios necrófagos y los pájaros de la muerte: buitres, zopilotes, tecolotes, búhos y murciélagos.


Utsa era concebida como la diosa huichol del inframundo, que tenía la apariencia de una araña enorme o una tarántula, de larga cabellera; su función era devorar a los muertos.

 

Como una pregunta existencial, al inicio, la gente no sabía qué hacer con los cuerpos de sus muertos, para protegerlos, pero, a la vez, devolverlos al flujo de la vida. Un hombre propuso que se comieran a los cuerpos ellos mismos, para que su espíritu les diera fortaleza; sin embargo, todas las personas, horrorizadas, rechazaron la idea. Entonces, el hombre sugirió que enterraran los cuerpos, donde Utsa los hospedaría en el inframundo. Como no era mala idea, así se hacía con cada fallecido, pero, curiosamente, después de cada entierro, por la noche, el hombre sacaba los cuerpos y los devoraba, dejando sólo los huesos, los cuales, acomodaba en forma de araña, para que se pensará que aquello había sido obra de Utsa; sin embargo, se llevaba uno, como un pequeño “trofeo”. Como castigo por tal acto, los dioses pintaron su rostro, como una máscara, con puntos blancos, para delatar su maldad ante cualquiera que lo mirara.

 

Tukákame tiene la apariencia de humano, pero, a veces, se transforma en esqueleto o en lobo. Es negro con rayas blancas y su cuerpo siempre tiene manchas de sangre. Posee alas grandes, como de murciélago o zopilote; tiene cuernos en la cabeza, y tiene saltado un ojo. Tiene un cinturón del que cuelgan los huesos de sus víctimas, los cuales hacen un escalofriante sonido, como de maracas; además, despide un hedor penetrante. Suele merodear por el desierto de Wirikuta y devora a todo ser que se le atraviese, sea humano o animal, y tiene la capacidad de provocar demencia en la gente. Se dice que se puede ver su imagen en las alucinaciones que causa el hongo del peyote.

 



Xochitónal o Xochitonal

El sitio del Gran Diccionario Náhuatl lo describe como el nombre de un animal mítico, con forma de lagartija verde, que se halla en el Reino de los Muertos. Dentro de la mitología mexica, se creía que, para llegar al Mictlán (el inframundo), en donde encontraría el descanso eterno, el alma de un fallecido debía superar, primero, nueve obstáculos o niveles. El séptimo de ellos era un río de aguas negras, llamado Apanhuiayo; ahí es donde habitaba Xochitónal, a veces, descrito como una gigantesca iguana o un caimán, que se encargaba de entorpecer el tránsito de las almas.

 

El nahual


Aunque, en la actualidad, se le percibe como una criatura maligna, en realidad, es mucho más compleja y no es exclusivamente mala. De acuerdo con el texto “El nahual y el diablo en la cosmovisión de un pueblo de la Ciudad de México”, de Isabel Lagarriga Attias, publicado en Anales de Antropología (revista del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM), el nahual es una figura que aparece en la mayoría de las mitologías prehispánicas de nuestro país y se le describe como un mago que puede transformarse en otro ser o entidad, principalmente en animales, aunque, también, puede convertirse en viento, bola de fuego, etcétera. El término deriva del verbo nahualtia, que significa ‘esconderse, ocultarse’.

 

El nahual no es una única criatura, sino que puede haber muchos de ellos, y algunos pueden hacer el bien, y otros, el mal. Los buenos son sabios, adivinos, dan discursos de bondad, ayudan a sus semejantes, desencadenan la lluvia y repelen el granizo; de igual forma, son capaces de enfrentarse a otros nahuales para defender a su comunidad. Entre los de tzeltales de Chiapas (un grupo étnico que desciende de los mayas) se mantiene la creencia de que los nahuales son un espíritu familiar adquirido por los ancianos o personas destacadas del grupo, el cual vigila la conducta de los integrantes de éste.

 

Los nahuales malos hacen hechizos para seducir y lanzan conjuros a la gente. Se cree que habitan en el corazón, de día, y, durante la noche, se transforman en animales, generalmente en perro o jaguar, con la intención de dañar a sus semejantes y niños. Se puede identificar que una persona es un nahual porque, si se le agrede en su forma animal, al día siguiente, su identidad humana conservará las heridas en su cuerpo. De igual manera, el nahual puede ser una entidad anímica que sale de su poseedor humano y posee el cuerpo de otro individuo para enfermarlo lentamente, chuparle la sangre, comerse su corazón o robarle algún elemento vital.

 




Dzulúm

Es una criatura de la mitología maya, que aterroriza a los habitantes de Chiapas y de otros pueblos del sur de México; es temido, incluso, por los más grandes felinos de la región. Una de las mayores referencias sobre este ser se encuentra en la novela Balún Canán, de Rosario Castellanos, en donde se lee lo siguiente: “Dicen que hay en el monte un animal llamado dzulúm. Todas las noches, sale a recorrer sus dominios. Llega donde está la leona con sus cachorros, y ella le entrega los despojos del becerro que acaba de destrozar. El dzulúm se los apropia, pero no se los come, pues no se mueve por hambre, sino por voluntad de mando. Los tigres corren, haciendo crujir la hojarasca cuando olfatean su presencia. Los rebaños amanecen diezmados y los monos, que no tienen vergüenza, aúllan de miedo entre las copas de los árboles… Nadie lo ha visto y ha vivido después. Pero yo tengo para mí que es muy hermoso, porque hasta las personas de razón le pagan tributo”.

 

Aun así, se le representa como un felino enorme y feroz, similar a un jaguar, con el lomo crestado y con ojos de color rojo o amarillo. Su nombre significa “ansias de morir” y sus presas preferidas son las mujeres con el corazón roto por el dolor, en las cuales genera una atracción irresistible hacia él.

 

Serpiente de siete cabezas

Es un monstruo de la cultura mixe, un pueblo indígena que habita en Oaxaca. Según el libro Monstruos mexicanos, de Carmen Leñero, la leyenda cuenta que, un día, en una cueva, fueron hallados dos huevos gigantes. A los tres días, éstos se rompieron y, de uno de ellos, salió un niño noble con pies de ave, quien se convertiría en el Rey Kondoy, el gran defensor del pueblo mixe. Del otro huevo, salió una enorme serpiente con cabeza emplumada y cuernos, que, de inmediato, se hundió bajo la tierra, desatando truenos, lluvias y vientos, y excavando pasajes subterráneos, zanjas y barrancos, haciendo temblar el suelo y derrumbando todo a su paso. Al llegar a un sitio llamado “Hierve el agua” o “Nejapa de Madero”, dependiendo la versión, un sacerdote la maldijo y la dejó petrificada en lo alto de un cerro. No obstante, el dios de la lluvia causó un diluvio, para que la corriente la arrastrara hasta el mar, donde tendría la tarea de custodiar el mayor tesoro del mundo: el origen de la vida.

 

Al llegar al océano, le salieron seis cabezas más, y el dios de la lluvia le otorgó, además, el poder de dominar las aguas y alborotarlas en caso de ser necesario. Por su parte, el dios del viento negro le otorgó la habilidad de enfurecer al aire, a las nubes y al relámpago, convirtiéndose en el “Gran monstruo del mar”, causante del primer diluvio que inundó la tierra y de los fuertes huracanes que golpean periódicamente las costas, además de naufragios e inundaciones.

 

En la siguiente edición, le presentaremos la tercera y última parte de esta antología de seres mitológicos mexicanos.

 

 

 

 

 

 

 

 

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