Dentro de la cultura maya, el universo se encuentra dividido en tres planos: la bóveda celeste, el mundo terrenal y el inframundo. Este último se considera un lugar oculto y sagrado, al que se puede acceder mediante la sumersión a las profundidades de los cenotes, los cuales conectan con los ríos subterráneos, en donde se encuentran los dioses del inframundo; en plural, ya que no es un solo dios el que lo habita.
El nombre ‘cenote’ proviene de la palabra maya ts’onot o ts’ono’ot, que significa ‘cosa honda’, ‘abismo’ o ‘profundidad’. Los cenotes se caracterizan por ser un tipo de cuevas colapsadas inundadas y de origen sedimentario calcáreo. Son considerados accidentes geográficos por el desgaste de las rocas y el paso del tiempo, que se han cubierto de ríos subterráneos y sólo una mínima parte ha quedado al descubierto, dejando una pequeña bóveda visible, en donde se encuentran los pozos subterráneos de agua dulce.
Las cosmogonías mayas
Actualmente, existen más de 6 mil cenotes en toda la península de Yucatán y, al entrar en ellos, se siente como si se estuviera ingresando a un mundo especial, de singular belleza y con una energía enigmática, que cautiva. En algunos lugares, se tiene que descender por un espacio pequeño, para poder llegar hasta las refrescantes aguas profundas, en donde casi no llega la luz del sol y las cuales eran la puerta hacia el inframundo, según las creencias mayas, accediendo a un mundo totalmente desconocido.
Algunos cenotes eran el lugar ideal para realizar los sacrificios humanos; incluso, en muchos de ellos, se han encontrado esqueletos de niños, que, en su mayoría, rondaban los 11 años. En sus restos, se pudo evidenciar que habían sido desollados y, después, quemados. En varias cavernas, se encontraron petroglifos marcados en las paredes por debajo del nivel del agua.
La edad de los cenotes se puede determinar por el color de sus aguas. Las de aquellos más jóvenes son más cristalinas, mientras que las de los más antiguos poseen un color esmeralda turbio.
Asimismo, existen cenotes que no están abiertos al público, ya que no están acondicionados para la recreación ni cuentan con las medidas de seguridad suficientes para salvaguardar la integridad de los visitantes. Por su parte, en muchos de los que sí pueden ser explorados, se solicita el uso obligatorio de chalecos salvavidas, cuerdas para agarrarse en caso de necesitarlo y no se permite hacer buceo, debido a su profundidad abismal.
Algunos yacimientos arqueológicos mayas se ubican junto a cenotes, como las ruinas de Chichen Itzá, que, dentro de su territorio, se encuentra el cenote Sagrado, que, en un inicio, fue suministro de agua para la ciudad y donde, tiempo después, se hacían sacrificios humanos. A unos pocos kilómetros de distancia, se encuentra el cenote Ik-kil, el cual está escondido entre la selva y, para poder llegar al agua, se tienen que bajar varias escaleras; además, posee una bóveda con lianas que caen desde un espacio en el techo, que deja entrar la luz del sol. Tal vez, debido a su aspecto mágico, se le otorgó un carácter sobrenatural.
Los dioses del Xibalbá
En el Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas, viene establecido que el inframundo (Xibalbá) es toda una estructura debajo de la superficie y se encuentra ordenado mediante jerarquías, es decir, hay un consejo y una civilización muy parecida a la terrenal; sin embargo, está habitado por diferentes dioses, conocidos como los ‘señores de Xibalbá’, quienes coexisten con los dioses celestes y con los humanos; cada uno domina un territorio y tiene sus propias reglas.
Estos dioses del inframundo están representados por esqueletos, calaveras, sombras y por colores relacionados con la muerte, como el negro o el amarillo. En la época prehispánica, se les rendía culto y sacrificio, ya que se creía que eran importantes para mantener el equilibrio de vida y muerte en la tierra. En caso de no recibir sus sacrificios, se despertaba su ira y su capacidad de destrucción mediante enfermedades, desastres, dolor u otro tipo de castigos.
Las principales deidades del Xibalbá son dos: Hun-Camé (Uno-Muerte) y Vucub-Camé (Siete-Muerte); sin embargo, los otros dioses, también, son importantes y tienen otro tipo de funciones, por ejemplo: Kisin, quien personifica al diablo y al miedo, era temido entre la población maya, vestía de color amarillo con negro y poseía collares y pulseras de ojos de muertos; los antiguos mayas tenían la creencia de que se robaba el alma de los hombres que actuaron mal en vida y el simple hecho de pronunciar su nombre les causaba temor.
Por otro lado, está Sukukyum, considerado el hermano mayor del padre creador; es el guardián de Kisin y funge como juez, para establecer el castigo que les corresponde a las almas o si se merecen el descanso eterno. También, se encuentra Yum Kimil, que es el dios de la muerte; su nombre significa ‘señor de los muertos’ y está representado con una cuerda; a veces, se le dibuja junto a una lechuza, animal que se relaciona con la muerte y con la generación de nueva vida, irónicamente.
Otro ser mitológico relacionado con el inframundo es el Ave Moan, que es la manifestación del dios de la muerte y que es representada por una combinación de pájaro y perro, ya que este último conduce las almas de los muertos al Xibalbá; incluso, la relación que tenía el hombre con el perro en la época prehispánica podía permitir que se sacrificara dicho animal como sustituto de los humanos.
Se creía que en los cenotes habitaban los dioses que dan vida y muerte a todos los seres, por esta razón, dichos lugares eran considerados sagrados. Además de esto, son fuente de agua virgen o suhuy ha’, por lo que eran un punto de origen para algunos linajes y donde se podían llevar a cabo diferentes rituales; uno de los más conocidos consistía en aventar a las personas vivas al agua. Esta práctica fue denominada Chen Ku y era muy común en el cenote Sagrado, mencionado anteriormente, en donde, también, se pueden encontrar objetos de jade, cobre, oro y algunas prendas o textiles utilizados en aquella época.
Sin duda, es hermosa la percepción de la civilización maya acerca de estas formaciones naturales, otorgándoles una belleza simbólica que acompaña a la visual.
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