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Camino hacia la Antártida

La carrera por conquistar su corazón



El curso de la historia mundial se ha definido, desde siempre, por las exploraciones, los descubrimientos y, sobre todo, las conquistas territoriales. Fue así como se delimitó la división política de los continentes y surgieron las naciones. Hoy en día, prácticamente toda la masa del planeta, tanto acuática como terrestre, está colonizada por el hombre, a excepción de la Antártida, 14 millones de kilómetros cuadrados que aún se mantienen vírgenes. Sin embargo, pretendientes hay muchos, los ha habido desde inicios del siglo XX, y aunque todavía no hay algo definitivo, pues ningún país tiene soberanía sobre ella, ya hubo alguien que conquistó su corazón, el Polo Sur. Fueron dos hombres; uno llevaba tiempo cortejándolo, mientras que el otro apareció inesperadamente. Y como así son las cosas del amor, uno fue correspondido, y el otro, injustamente, tuvo que resignarse a perder al amor de su vida.


Primer objetivo: el Ártico


Desde finales del siglo XIX y la primera década del XX, la región del Ártico atraía todas las miradas; muchos exploradores tenían el sueño y la ambición de ser los primeros en alcanzar el Polo Norte. Entre ellos estaba el noruego Roald Amundsen, quien llevaba años planeando una expedición para lograrlo, pues aquellos que lo habían intentado anteriormente se habían quedado a kilómetros de distancia del punto exacto. Tenía todo listo: había conseguido que su compatriota Fridtjof Nansen, quien intentó la misma hazaña en 1893, le cediera su barco, el Fram, y que el gobierno de su país y otros patrocinadores lo apoyaran en la aventura. Pero el 6 de abril de 1909, una avalancha, metafóricamente hablando, se le vendría encima, pues circuló por el mundo entero la noticia de que el estadounidense Robert Peary ya había alcanzado la meta.


Con un duro golpe al orgullo, Amundsen miró hacia el otro extremo del globo y redireccionó la brújula, de forma inesperada, hacia la Antártida; no obstante, mantuvo en total secreto los planes acerca de su nuevo destino, incluso para todos los involucrados en el proyecto. El 7 de junio de 1910, Amundsen zarpó desde Christiania (hoy, Oslo), Noruega, a bordo del Fram, junto con una tripulación que desconocía que se dirigían al Polo Sur.


Paralelamente, el británico Robert Scott, el eterno enamorado de los hielos antárticos, ya se encontraba en camino, a bordo del Terra Nova, hacia el mismo objetivo, por lo que Amundsen, si no quería que le arrebataran la victoria una vez más, debía apresurar el paso y actuar con astucia. Inmediatamente después de zarpar, orientó su barco al Atlántico sur, hizo una rápida escala en Portugal, y ahí fue donde le reveló a su equipo la nueva misión. Antes de continuar con el viaje, y declarando la guerra con honor, le escribió una escueta carta a Scott: “Permítame comunicarle que el Fram se dirige a la Antártida”.



En el campo de batalla

Luego de siete meses, en enero de 1911, Amundsen arribó a Bahía de las Ballenas, a orillas del continente antártico. Ahí estableció su campamento, donde se resguardó durante la temporada invernal, en compañía de nueve hombres, 95 perros esquimales y las provisiones necesarias, como un entrenamiento para soportar los intensos fríos a los que se enfrentarían más adelante.


Por su parte, la base de Scott se ubicaba a unos pocos kilómetros de distancia, en el cabo Evans, en la isla de Ross. Su equipo constaba de 65 hombres, trineos motorizados, 19 ponis de Manchuria, 30 perros esquimales, 162 carneros y cantidad suficiente de comida y combustible; al parecer, había pensado hasta en el más mínimo detalle para pasar el invierno y superar la travesía.


Pero la verdadera aventura comenzó en octubre de ese mismo año. Para adentrarse a la zona más austral y llegar al corazón de la Antártida, desde el perímetro donde ambos exploradores se habían establecido, era necesario cruzar primero la plataforma de Ross, una enorme masa de hielo, de 487 mil kilómetros cuadrados y entre 20 y 50 metros de grosor, equivalente al tamaño de países como Turkmenistán, Francia o España. El grupo comandado por Amundsen, reducido a cinco hombres, cuatro trineos y 52 perros, inició el viaje el día 19; mientras que Scott, con ocho acompañantes, 10 ponis y sus trineos de motor, lo hizo el 24. Cinco días de diferencia que se transformaron en un mes de desventaja. El británico había estimado en su itinerario que, si todo salía bien, estarían regresando al campamento en marzo de 1912, pero no fue así.


Una vez superada la plataforma de Ross, había que cruzar una cadena montañosa, hoy conocida como la cordillera de la Reina Maud; el equipo de Amundsen lo consiguió en cuatro días, y para el 8 de diciembre, arribó al punto más cercano al Polo Sur hasta entonces pisado por el hombre, alcanzado por el británico Ernest Shackleton, en 1909, a tan sólo 155 kilómetros del objetivo, lo que significaba que la victoria estaba cerca. Por su parte, Scott superó la gran masa de hielo el 21 de diciembre, y a partir de ese punto continuó sólo con cuatro exploradores.


La motivación y la sed de triunfo pesaron más que el cansancio, y así, el 14 de diciembre de 1911, alrededor de las 15:00 horas, Amundsen completó exitosamente la misión, se situó en los aposentos de su damisela y ésta le entregó su corazón; al parecer, ella no pudo seguir esperando a quien le prometió desde antes que llegaría. Y, aunque tarde, lo cumplió, pues Scott alcanzó el punto de Shackleton el 6 de enero de 1912, arribando 11 días después a su destino final, pero éste ya no le pertenecía, alguien se le había adelantado, y pese a que consiguió una gran hazaña, no pudo darse el lujo de ser el primero. El triunfo se convirtió en fracaso cuando encontró la bandera de Noruega anclada sobre la nieve en las coordenadas geográficas que indicaban que estaba parado exactamente en el Polo Sur.


Al interior de una tienda de campaña que Amundsen había montado como soporte de su estandarte, Scott encontró un recado dirigido a él, mucho más amable que el que recibió al inicio del periplo...



Querido comandante Scott:
Como usted será probablemente el primero en llegar después de nosotros, ¿puedo pedirle que envíe la carta adjunta al rey Haakon VII de Noruega? Si los equipos que hemos dejado en la tienda pueden serle de alguna utilidad, no dude en llevárselos. Con mis mejores votos, le deseo un feliz regreso.

Sinceramente suyo, Roald Amundsen.


El regreso, un calvario


Sin mucho qué decir sobre el camino, Amundsen y sus hombres regresaron a su campamento, en Bahía de las Ballenas. Sin embargo, el equipo británico no contó con la misma suerte; su retorno se frustró por dificultades que, lastimosamente, fueron consecuencia de las malas decisiones. Y es que, durante el viaje de ida, Scott se había negado a continuar con los perros y prefirió confiarle el transporte a sus trineos motorizados, los cuales, al regreso, se quedaron sin combustible. También prescindió de los caballos, pues eran incapaces de moverse sobre la nieve blanda de las zonas más profundas de la Antártida.


El hecho de tener que arrastrar los trineos, aunado al cansancio, la depresión y las condiciones climáticas, sin dejar de mencionar que su indumentaria no incluía pieles, sino sólo prendas de lana, terminó por dejarlos sin energía, incapaces de poder continuar, desvaneciéndose uno por uno, dejando huella en la nieve con sus cuerpos. La primera baja, según las crónicas del diario de Scott, ocurrió el 17 de febrero de 1912. Por esas fechas, el grupo de Amundsen estaba a tres días de llegar a su base, mientras que Scott se ubicaba a una distancia que le tomaría un mes de recorrido.


El 16 de marzo se produjo la segunda baja. Un compañero abandonó al equipo para morir solo y no ser una carga para los demás; tenía escorbuto, producto de la mala alimentación y la falta de vitaminas, y una pierna gangrenada por el frío. Su sacrificio permitió, quizá, que el resto del grupo avanzara un poco más, pero no impidió su trágico desenlace. La última entrada del diario de Scott estaba fechada el 29 de marzo, en la que podía leerse: “El fin no puede estar lejos... Por el amor de Dios, cuidad de los nuestros”. En el verano siguiente, una expedición de rescate encontró los cuerpos de los cuatro compañeros a 18 kilómetros de un depósito de víveres y combustible.


La carrera entre Amundsen y Scott fue un tema controversial por años. Ciertamente, el noruego se convirtió en el héroe que se llevó los laureles, pero también fue señalado de no tener ética. Por su parte, Scott fue la víctima, le robaron su victoria y pereció ante los caprichos de una Antártida que no estaba destinada a pertenecerle.


Pero el verdadero villano no fue Amundsen, sino Robert Peary, pues él sí le arrebató, y a la mala, el triunfo al noruego, ocasionando que éste, de manera colateral, hiciera lo mismo con Scott, ya que mucho tiempo después se comprobó que nunca llegó al Polo Norte como lo presumió en 1909. Esto pudo demostrarse gracias a una serie de inconsistencias en su relato sobre la ruta que siguió y el tiempo que supuestamente se tardó, pues, según las investigaciones, éste era apenas un tercio del tiempo total mínimo que tomaría dicho viaje, considerando las mejores condiciones. Aun así, es cierto que se aproximó bastante, quedándose a 150 kilómetros de distancia.


Al descubrirse la verdad, el Polo Norte volvió a quedar a merced de los exploradores, hasta que el 6 de abril de 1969, el británico Sir Wally Herbert lo conquistó legítimamente.

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